martes, 29 de junio de 2021

Verano 2010: la huella española en los Países Bajos

   En junio de 2010 todos nos la jugábamos. Tercero de carrera tocaba a su fin y habíamos estado con el agua al cuello con la terrible Historia Contemporánea (la asignatura o más concretamente el implacable profesor). Desde luego, no había sido un curso fácil, pero, finalmente, llegó la victoria: otro verano más que me libraba de ir a septiembre.
    Yo había ganado, pero otro trofeo estaba en juego: el mundial de fútbol de Sudáfrica. Escuchar este nombre hoy es oír hablar de victoria, pero en el principio de aquel campeonato nadie podía imaginarlo. El 0-1 frente a Suiza en el primer partido parecía augurar lo peor.
   Pero días más tarde llegaba la victoria frente a Honduras y luego frente a Chile. Nos asustamos al saber que Portugal sería nuestro rival en octavos, pero ganamos igualmente. Lo mismo pasó con Paraguay, ya en julio. El decisivo cabezazo de Puyol en la semifinal contra Alemania nos llevó a la ansiada final.
   Aquel domingo 11 de julio, al ruido de bubucelas, la selección española se enfrentaba en Johannesburgo a un duro rival: Holanda. España entera aguantaba la respiración. Tras una intensa disputa por el balón, llegábamos a la prórroga. La suerte estaba echada.
    Al fin, llegaba el gol de Iniesta. La emoción estallaba. El triunfo había llegado por fin. España se proclamaba campeona del mundo por primera vez en su historia:




  Desde el palco de autoridades, los entonces príncipes de Asturias celebraban la victoria, como el resto de los españoles. Tras ellos, el entonces príncipe Guillermo Alejandro de Holanda no podía disimular el pesar de la derrota:


  En medio de la euforia no reparé en aquella imagen en ese momento. Pero solo 400 años separaban aquella imagen de ésta:


   La pequeña ciudad del Duero vibraba aquella noche. Entre gritos de triunfo y bocinazos salimos a la plaza de Mariano Granados a celebrarlo. Una noche histórica e inolvidable.
   Una semana después de la victoria había que pensar a dónde iríamos de vacaciones en familia ¿Qué mejor que a Holanda? Además yo tenía una visita pendiente, invitado por una "amiga" holandesa que conocí en 2º de carrera. El plan estaba hecho.

    Y allá en Amsterdam nos presentamos a finales de julio, con la derrota naranja todavía flotando en el aire... Una intensa visita, con museos y otros lugares para ver, entre ellos, la casa de Rembrandt, testimonio de aquella edad de oro de las Provincias Unidas:


    Me separé temporalmente de la familia para quedar con mi "amiga" Rose. Cambia mucho la cosa si visitáis un país con una nativa. 
-Puedo enseñarte cualquier sitio menos el Barrio Rojo-me dijo. De sobra sabréis por qué es famoso ese barrio...
    La vida en Holanda es muy distinta a la de España. Ya solo la geografía hace mucho, claro. Los canales, con sus barcas y sus casas-barco marcan la identidad de estas ciudades.
-Yo misma viví de pequeña en una de esas casas-barco-me indicó Rose.


¡Y qué barcos algunos! Como este de aquellos tiempos de la navegación por los mares de las Indias:




    Siendo el siglo XVII la época dorada de los Países Bajos y también la favorita de Rose, y teniendo en cuenta que parte de mi trabajo sobre La rendición de Breda se lo debía a ella, me enseñó varios edificios de la ciudad en aquella época en la que mis antepasados y los suyos lucharon entre sí sobre suelo holandés:



El famoso escudo de Amsterdam con las tres x, que Chaplin escogió para El gran dictador:



-Me gusta esa guerra porque al final ganamos nosotros-me dijo.
-Pero esta vez no habéis ganado...
  Rose se rió. No guardaba rencor por la derrota, pero sus amigos sí. Me intentaron hacer ver que Iniesta estaba en fuera de juego y que los españoles se inventaron todas las faltas ¡Qué mal perder! 
   De un modo o de otro, allí había quedado la huella española.
    Reencuentro con la familia, alquiler de coche (un magnífico Suzuki Swift) y a reconquistar Bélgica, el otro destino del viaje. En el trayecto pude comprobar lo corto que era el trayecto, lo plana que es Holanda, su condición de estar más baja que el nivel del mar y que los pintores flamencos no inventaron mucho sus paisajes: parecía estar dentro de los cuadros de El Bosco y Patinir.
  La primera toma de contacto con Bélgica fue Amberes, allá donde los tercios gritaron en 1576: "¡O cenamos en Amberes o desayunamos en el infierno!". Sin espadas ni morriones, también nosotros llegamos allí para cenar en su preciosa plaza mayor. Allí se alza la estatua de Silvio Brabón, el valiente soldado romano que mató al gigante Antigoon, el legendario tirano que cortaba las manos a los que se negasen a pagar tributo en el río Escalda. Silvio cortó su mano y la arrojó al río, lo que dio lugar al nombre de Amberes: hand (mano) + wertpen (arrojar). La lástima fue no poder ver el gran retablo del Descendimiento de Rubens de la catedral, porque estaba cerrada.

   En aquella plaza, sentados en la terraza de un restaurante, me fijé en la fachada del ayuntamiento. En el centro, bajo la imagen protectora de la Virgen, estaba el escudo de España, concretamente el de Felipe II: 400 años después de la independencia de los Países Bajos Españoles, ahí estaba.



   En esa primera noche en suelo belga, donde pude cenar en Amberes y no tener que desayunar en el infierno, pude comprobar la afición de los belgas por las patatas fritas y cómo las sirven para acompañar a cualquier comida como la cesta del pan. También descubrí que el holandés y el flamenco son el mismo idioma, tal como nos contó la camarera.
   Antes de Brujas, quedaba por visitar Bokrijk: una curiosa recreación de la vida tradicional flamenca.  Para encontrarlo fue un poco lioso, hasta que vimos una bandera española en una ventana. Llamamos y los dueños nos dijeron que no eran españoles, pero que habían apoyado a la Roja en el mundial. Muy contentos, nos indicaron la carretera a Bokrijk. Sí, allí también estaba la huella española.
  Bokrijk es una estupenda recreación del Flandes del siglo XIX. En arquitectura tradicional no cambió mucho desde el siglo XVI, como demuestran sus preciosas casas que parecen sacadas de cuadros de Brueghel:


     Había también gente vestida de la época para recibir a los turistas. Una de ellas, hija de emigrantes italianos, nos felicitó por el mundial y nos contó que los italianos y los españoles que emigraron a Bélgica siempre se habían llevado muy bien entre ellos. Pero con los griegos menos y con los turcos muy muy mal.
   Bruselas, la capital, nos recibía en medio del barullo de turistas y camareros cansinos. Cerca de la Grand Place no hubo más remedio que sentarse en una mesa para callar a estos últimos. Nos dijeron "Viva la Roja" y pusieron música de Julio Iglesias. Sí, la huella española de nuevo.
   En la catedral había un montón de gente agolpada y unos coches oficiales aparcados a la puerta indicaban que alguien importante estaba en ella. Me adelanté hacia donde la gente se agolpaba y descubrí que era la reina Fabiola en persona:



 La reina española, viuda del rey Balduino, en aquel 2010 reina emérita. Rodeada de guardaespaldas, la reina Fabiola se acercó a hablar con los españoles que allí estábamos y la saludamos con aplausos. Nos contó que tenía ya 82 años y nos deseó una feliz estancia en Bruselas.
  Tras recorrer el centro, ver el famoso Manneken Pis, el palacio real y los parques, quedaba uno de mis objetivos: el Museo del Comic (o Centre Belge de la Bande Dessinée). Bruselas, capital del comic europeo, ofrece a los que somos apasionados de este género una genial muestra de este arte, en el que los belgas son campeones:


   Allí disfruté con paneles, homenajes y originales de Tintín, Spirou, Gastón el Gafe, etc. Y de otros personajes que conocí gracias al museo. Se pueden ver también las mesas de trabajo de Hergé, Franquin y Morris. Un verdadero regalo.


Hergé en el mismo mercado de Bruselas en el que situó El secreto del Unicornio:


    La siguiente visita era Gante, donde nació nuestro emperador Carlos I. El palacio donde nació ya no se conserva, pero se puede ver el magnífico castillo de los condes de Flandes:


   La lluvia nos sorprendió al entrar en la catedral de San Bavón, pero no nos impidió ver el gran políptico del Cordero Místico de Van Eyck ni la interesante colección de arte de la cripta.
  Brujas, sin duda la ciudad más bonita de Bélgica, nos recibía a la luz de la tarde. Cualquier rincón, cualquier calle es impresionante, y, por supuesto, sus canales:


   En su monumental plaza probé el famoso waterzooie, el guiso de pollo belga del que hablaban en Astérix en Bélgica, y una de esas cervezas enormes con forma de probeta. Mientras tanto, un grupo de españoles cantaba flamenco para amenizar la velada. 
     Brujas requería de otro día más de visita, así que le dedicamos el día siguiente.
    De regreso a Holanda, quedaba por ver Delft, la que fuera residencia de Vermeer y donde Guillermo de Orange fue asesinado, y algunos pueblos pintorescos inolvidables. Entre ellos, Brielle, un pequeño pueblo fortificado donde me llevé una buena sorpresa. En la calle principal había un puesto enorme de libros y comics. Allí pude conseguir La llamada de los gnomos en holandés, una joya en la que se basó parte de David el gnomo. Aquellos puestos estaban custodiados por un precioso pastor de Berna:



¡Y por supuesto molinos! Muchos molinos y tulipanes:


   Sentí tener que despedirme de esta tierra en la que los tercios lucharon y donde la huella española permanece imborrable.






    






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