sábado, 17 de mayo de 2025

Las misteriosas abejas de Santorcaz

  Hace ya dos años fui al pueblo madrileño de Santorcaz, donde se rodó la serie Crónicas de un pueblo. Es un municipio curioso, con espacios donde parece haberse detenido el tiempo. Pero mi objetivo era un extraño elemento que se encuentra en la iglesia.


    La iglesia de Santorcaz data del siglo XIII, pero tuvo ampliaciones y reformas en siglos sucesivos. Está dedicada a San Torcuato, el cual dio nombre también al pueblo.  Este santo del siglo I d.C., que formaba parte de los llamados Siete varones apostólicos (enviados por San Pablo) es al que se atribuye la evangelización de la Bética y fue el primer obispo de Guadix. Y si tenemos en cuenta que Guadix fue la primera diócesis española, es muy posible que San Torcuato sea el primer santo hispano.


    La idea de siete obispos fundadores está presente también en la leyenda de las Siete Ciudades de Cíbola, la cual habla de siete grandiosas urbes fundadas en América por prelados que huyeron de la invasión árabe de la península Ibérica, en barco, a través del Atlántico. Pero eso es otra historia... aunque el número siete se repita.
    La gran antigüedad de Santorcaz, que posee un yacimiento celta, nos indica el culto ancestral que recibía ya San Torcuato, seguramente promocionado por el arzobispado de Toledo en época visigoda.
 El interior de la iglesia resulta majestuoso, con sus naves de grandes arcadas neoclásicas.


   Pero no era este majestuoso interior lo que yo buscaba. Pregunté al párroco por la sacristía y me la enseñó. Era muy lujosa, sin duda, pero no encontré lo que andaba buscando. El párroco me preguntó de qué se trataba exactamente. Le respondí: 
-Busco las abejas.
-¡Ah! Pero no están en la sacristía.
 Me guio hasta el retablo mayor, una admirable obra del Renacimiento. Me dijo que, en realidad, lo de las abejas no era algo muy llamativo. Dicho esto, se acercó a una imagen en relieve de Aarón, el hermano de Moisés, y giró una llave en una cerradura que se  encontraba a la derecha. Sí, era una puerta secreta. 


    El párroco la abrió, me invitó a entrar y encendió una luz. Me encontré en un estrecho espacio que parecía una catacumba paleocristiana. Tenía las paredes blancas y unas extrañas pinturas de decoración vegetal en el techo. Tenía todo el aspecto de ser un recinto de algún antiguo culto iniciático perdido.


    Entonces las vi: las misteriosas abejas de Santorcaz. El muro estaba dañado, pero las pinturas de los dos insectos se veían perfectamente, acompañadas por estrellas de David, no menos misteriosas.




    Hacía tiempo que había leído en un libro de  la presencia de estas enigmáticas pinturas en la iglesia de Santorcaz, aunque yo había entendido que se encontraban en la sacristía. Nadie sabe quién las hizo ni cuando ni por qué. García Atienza las relacionaba con algún culto ancestral desaparecido o como una alegoría de la propia religión en sí. Según comentaba este investigador valenciano, a quien debemos, junto a Sánchez Dragó, el redescubrimiento de la España mágica, las abejas han sido admiradas desde la antigüedad por líderes y pensadores políticos y religiosos. La idea de una abeja reina que es fuente de vida del resto de la comunidad y que esta es controlada por aquella ha despertado la atención de muchos a lo largo de los siglos. García Atienza llegaba a preguntarse si las religiones y las monarquías pudieron surgir a partir de la observación de estos animales: el ser regio y sagrado que produce la vida y que controla los destinos del resto.
    Lo cierto es que las abejas están asociadas a varias religiones antiguas. En Egipto estaban ligadas al dios Ra. Los jeroglíficos egipcios nos muestran el valor que se daba a estos insectos.


    Para los griegos, las abejas eran seres psicopompos, como los buitres para los celtíberos. Es decir, podían llevar las almas de los difuntos al Más Allá. Durante la Ilustración se señaló a las abejas como seres que respondían a un orden, por lo que encajaban con la idea de la razón de los ilustrados. Es por ello que en el siglo XVIII se difundió mucho la apicultura. El propio Napoleón incorporó las abejas a su escudo por esa idea del orden.



    García Atienza contaba que cuando visitó la iglesia de Santorcaz descubrió una gran colmena en el mismo templo. Le sorprendió que nadie la hubiese retirado, lo que le hizo pensar en la idea de que hubiese un deseo de mantener un culto apícola, asociado a la sacralidad del lugar, y que eso lo unía con las misteriosas pinturas.
    ¿Por qué están estas abejas decorando un muro oculto detrás de un altar? ¿Quién las pintó? Nadie lo sabe. Las estrellas de David podrían ponernos en guardia: ¿las pintaron los judíos? No deja de ser extraño que la puerta secreta del retablo que da a este enigmático espacio esté precisamente en la imagen de Aarón, el primer sumo sacerdote de Israel ¿Qué secreto esotérico encierran? Seguramente, nunca lo sabremos.



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