Venecia, 1269. El joven Marco Polo espera el regreso de su padre Niccolo y su tío Maffeo, que han viajado hasta la lejana Cathay (China), dominada por los mongoles, como representantes comerciales de la República de Venecia ante el gran kan.
Cuando partieron, su madre se encontraba aún embarazada, por lo que Marco no los conoce en persona.
Al fin regresan. Marco está asombrado por las maravillas que su padre y su tío le cuentan. Han llegado hasta Tartaria, la lejana tierra imaginada por los europeos para contener todo el lejano Oriente. Marco les pregunta por los mongoles, por el Preste Juan, por los cinocéfalos, por todas las cosas asombrosas que ha leído sobre las lejanas tierras donde nace el sol.
Le muestran a Marco objetos que han traído de Cathay. Entre ellos, llama especialmente la atención el papel moneda, totalmente desconocido en Europa.
Tras rendir cuentas ante el dux de Venecia, Niccolo y Maffeo planean su regreso al imperio mongol. Prometieron a Kublai Kan que regresarían con 100 sacerdotes para enseñar el evangelio, credenciales del papa y aceite del Santo Sepulcro de Jerusalén. Esta vez, Marco les acompañará. Pero hay un problema. El papa Clemente IV murió un año antes y los cardenales continúan reunidos en el cónclave en Viterbo sin elegir al nuevo pontífice. Tras esperar dos años, el cónclave no ha elegido todavía, pero los Polo deciden partir de todas formas. Primera parada: Tierra Santa.
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