Los magos salen del palacio del rey Herodes. En el patio les esperan su séquito y monturas. Melchor toma la palabra:
-No me fío del rey Herodes. No he visto más que odio en sus ojos. Algo me dice que no desea realmente ir a adorar al recién nacido...
-¿Qué propones entonces, hermano Melchor?-pregunta Gaspar.
-Que nuestro camino de regreso a Partia evite Jerusalén... Por ahora, marchemos a Belén. Tal como han dicho esos rabinos judíos. ¡Belén! Ahí es a donde señala la estrella.
Mientras tanto, Herodes contempla la estrella desde una ventana.
-Los partos han marchado, gran rey.-dice el capitán de la guardia.
-Bien...-el rey sigue observando el astro brillante. Le invade una enorme inquietud y sus crueles ojos comienzan a encenderse:
-Esos partos me han servido de gran provecho... Un niño rey... Belén...
El cruel rey no puede ocultar su furor:
-¡Es mi trono lo que quiere ese niño! ¡Mi trono! Belén... ¡Rey de los judíos! ¡No! ¡Nadie me robará mi corona!
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