miércoles, 5 de noviembre de 2025

La entrañable espera

   Hay un significado muy profundo en la entrañable espera que era noviembre hace ya muchos años. En aquel tiempo en el que quedaba esperanza. Cuando atravesar los pinares de Lubia era como entrar en la taiga escandinava. Lugares que miro hoy de la misma forma, como si el tiempo se hubiera detenido. Esos días de antesala. Sí, esa antesala que, como ya comenté, es la de la noche que caía, pero que no traía tristeza, sino que me decía que en esa vieja ciudad se produciría el milagro que cerraría el año: la Navidad. Y así, crecía en mí la idea de eternidad. El encuentro con la familia en aquellos fin de semanas de otoño, en aquellos puentes, ya fueran los del Pilar o de Todos los Santos, cuando un simple pinar, una central eléctrica, un camino de barro, me decían: "Sí, aquí vive la eternidad". El mundo era infinito desde un Opel Corsa.

    ¿Por qué si no al ver el trailer de Svindlande Affärer (1985), película sueca con la canción de Pernilla Wahlgren como hilo musical, de años antes que yo naciera, veo esos bosques y carreteras con barro?


    Sí, era en aquel tiempo en el que las cadenas de televisión bombardeaban ya con la publicidad navideña, aunque con menos antelación que ahora. Y de esa antelación debía beber también esa canción (también sueca) que dice:

Caminamos con ilusión,
nos quedamos aquí con anhelo,
ahora que nos acercamos,
nos acercamos a la Navidad.

    Y ese anhelo me llevaba a babear mirando los pasillos de los juguetes de los hipermercados y los catálogos de lo mismo. Y a desear tal o cual caja grande de Playmobil.


¡Oh, qué maravillosos días! Cuando en esos trayectos se escuchaba It must have been love de Roxette (curiosamente, fue en uno de esos trayectos, en 2019, cuando nos enteramos de que su cantante, Marie Fredriksson, había muerto).


O las canciones de El Consorcio (sobre todo la canción Navidad).


    Una espera con calendario de adviento ¡Por eso lo relaciono ahora con Calendar Girl, de Neil Sedaka! Una espera con la ilusión del Auto de Navidad, que nos regaló Jimena Menéndez Pidal con una extraordinaria recopilación de la antigua literatura y folklore navideños españoles y que ensayábamos en aquellos días.


¡Oh, venerable misterio!
Más para sentir que para decir


    Me hablas, entrañable espera, de abrigos vaqueros, del frío que se hacía notar ya en la ciudad del Duero y que nos regalaría (con suerte), una blanca Navidad; del Corte Inglés y sus luces y figuras de Cortilandia, de estrenos de Disney, de Nestlé Caja Roja, de OMD, de Spandau Ballet, de aquellos libros ilustrados navideños en la Fnac, del Madrid inmortal de aquellos primeros 90, donde todo estaba dispuesto para los niños.


     El tiempo pasa volando, entrañable espera, pero, aunque mayor, te sigo viviendo cada año. Pues eres la vieja ciudad asomando por el horizonte, pasado Los Rábanos, mientras pensaba en El rey león. Eres la ilusión que hay detrás de un cristal translúcido que lleva al calor del salón de los abuelos, el mismo que daría paso a los regalos de Papá Noel en la víspera tres veces sagrada. Eres los días que faltaban y faltan. Eres la planificación, la única del año junto a la de verano que hace ilusión. Eres todo eso.





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