Esta Navidad he estado haciendo esta reflexión. No hay duda de que es la fiesta ideal para reflexionar, puesto que para mí la Navidad es, entre muchas otras cosas, un momento en el que se nos abre una puerta al pasado. Y desde esa puerta me pregunto si de verdad hemos cambiado tanto.
Vivimos en la era digital y actualmente nos sería imposible sobrevivir sin internet. Los juguetes digitales se han impuesto y los niños cada vez quieren tener antes un móvil. Se habla de "nativos digitales", cosa que no dejan de repetir psicólogos y pedagogos, como siempre que se desea imponer una idea. Pero ¿realmente lo son? La respuesta es: NO. Los únicos ámbitos digitales que dominan son Whattsap, Instagram, YouTube y TikTok. Pero, aun con esta realidad, los medios y la publicidad se ponen al servicio de una supuesta modernidad para hacernos creer que cualquier monstruosidad absurda es buena.
Los que crecimos en los años 90 pedíamos juguetes que nos hacían babear desde noviembre o incluso octubre. Y eran juguetes como los castillos y caballeros de Playmobil ¿Tengo muy idealizada aquella Navidad de 1994, de la que ya hablamos aquí, o es que todo ha evolucionado a peor?
Pero al ver las monstruosidades en las que Playmobil ha dejado reducida la Edad Media (uno de sus buques insignia), me refiero a Novelmore, me doy cuenta de que sí, sí hemos evolucionado a peor.
Esta Navidad he buscado por internet imágenes de la ciudad en mi Navidad, la de los 90, para preguntarme eso ¿tanto hemos cambiado? En una de ellas (están en blanco y negro porque están sacadas de periódicos, no porque seamos tan viejos...), unos bomberos colocan las luces en la plaza de Mariano Granados en la Navidad de 1994. Todavía recuerdo aquella campanita navideña hecha de bombillas, porque para los niños de entonces los emblemas de la Navidad eran esos: campanas, estrellas, abetos, Papá Noel...
¿Siguen con nosotros esos símbolos? ¿O han sido transformados? Lo cierto es que ya no se apuesta por las bombillas multicolores ni por esas campanas, sino por un minimalismo monocolor y abstracto, el mismo que quiere que todos digamos "healthy" o "eco-friendly". Y lo cierto es que ya ni siquiera hay cedros que adornar en Mariano Granados: los talaron y los sustituyeron por un monstruo metálico para esperar el autobús.
Otras imágenes nos hablan de las cabalgatas de Reyes. No aparezco en esas fotos, pero yo era uno más de aquellos niños. Estaba junto a ellos y sus padres y abuelos (y los míos) esperando con frío e ilusión a Sus Majestades de Oriente, esperando coger caramelos. Con los nervios que nos impedirían quedarnos dormidos en la única noche del año en la que de verdad queríamos dormir. Allí estábamos con los plumas, gorros y bufandas.
Frío e ilusión, sí, y cantábamos "Pastores, venid, pastores, llegad". Sí, sigue haciendo frío en la ciudad, en Nochebuena, cuando de madrugada salimos a las calles vacías y la niebla nos azota en la cara mientras brillan las luces a lo lejos ¡No, no has podido acabar con eso, monstruo de la modernidad, que te vistes con la W de Woke!
¿Tanto hemos cambiado? Antes la televisión era una de las bases para aquellos que crecimos en los 90. Era entrañable, familiar, ingenua, desenfadada, políticamente incorrecta, genial. Solo empezando por las promos, llenas de luz, color e ilusión. Nos mostraban todo lo que iban a poner: concursos, galas, películas, dibujos animados... Y la mayoría destinados a los niños. Y decían "Mira, mira, mira, no te quedes fuera, para Navidades las de la Primera" o "Fiestas, sorpresas, miles de locuras, en estas vacaciones, un mundo de ilusiones, verás todos tus sueños hechos realidad". ¿Qué ha quedado de esa época? Solo la Lotería de Navidad, la gala Inocente Inocente y las campanadas.
¿Tanto hemos cambiado? O preguntémonos de otro modo: ¿dónde estaban en los 90 los que se horrorizan cuando se les dice "Feliz Navidad" y te responden que ellos celebran el Solsticio de Invierno? Estaban ahí, con nosotros, compartiendo la ilusión porque todavía no se habían vuelto gilipollas. Y si ya lo eran, no sé qué tendría la magia de los 90 que sabía hipnotizarlos bien. Como decía G.K. Chesterton, "la Navidad no está fundada sobre el gran concepto comunitario que solamente halla su expresión definitiva en el comunismo. La Navidad no ayuda realmente a la expansión más elevada, sana y vigorosa del capitalismo. No se puede esperar que la Navidad encaje en las esperanzas modernas de un gran futuro social". Eso será...
No, ya no hay galas, y lo que queda intenta hacer ver que quiere parecerse a lo que hay ahora, sea bueno o no. Por muy mecánico y audiovisual que fuese el mundo en los 90, por mucho miedo o curiosidad que hubiese por la llegada del tercer milenio, había algo entrañable, algo más ancestral, que nos convocaba. No hablo de ir a la Misa del Gallo, pero sí de compartir, mostrar, vivir ese algo que ha traspasado los siglos, como dice aquel villancico sueco:
Y ninguna otra historia
ha llegado tan lejos
ni ha perdurado tanto,
que puedes asegurar que lleva la Verdad.
Sí, formamos parte de todo aquello. Desde la televisión, desde la publicidad, desde la familia. Sí, yo era uno de aquellos niños para quienes era una emoción montar el belén en casa de la abuela la tarde de Nochebuena, que esperaba con ilusión y nervios los regalos, sobre todo al verlos aparecer en el camión de bomberos de la cabalgata; que devoraba las mañanas de dibujos animados, que jugaba en el cuarto de estar de los abuelos mientras por el balcón se veían las luces del cedro de la concatedral de San Pedro (que tampoco está ya), que ansiaba ir al puerto de Piqueras cuando nevaba, que sentía el frío y la ilusión con aquellos villancicos inmortales.
¿Tanto hemos cambiado? ¿O es que solo queremos lo que hemos vivido? Igual de materiales eran aquellas Navidades que estas, no vamos ahora a hacer el típico discurso de "lo que importa es la familia y no el consumismo". No, yo crecí en la era del Corte Inglés y las grandes campañas publicitarias. Pero ¿hacia dónde va ahora el camino que lleva a Belén? Quizá en aquellas Navidades entrañables y ahora remotas lo que pasaba es que teníamos una idea de la eternidad muy particular: lo que no podíamos hacer o conseguir en una Navidad lo haríamos en la siguiente. Porque allí estarían de nuevo el belén de la abuela, los adornos, las luces, los regalos...
Me da igual lo que hayamos cambiado. Cada Navidad regresa la nostalgia y con ella, por unos instantes, por unos segundos, regresa también la idea de eternidad. Sigo mirando aquellas Navidades emocionado, con la misma emoción que contemplo las imágenes navideñas, sean muy reales o muy ingenuas, que nos llevan a aquellos paisajes nevados y a aquel Niño que nació en Belén:
Me gusta tu nostalgia y la comparto desde otra época, los setenta. Y sí, hemos cambiado. Un abrazo.
ResponderEliminarGracias por pasarte!
ResponderEliminarEstamos inmersos en una decadencia brutal. Es evidente la pérdida de valores, morales, éticos, etc.
ResponderEliminarTal cual
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