-Muchacho, buscamos a cinco caballeros y a tres doncellas. Dinos, ¿no los habrás visto pasar por aquí, por ventura?
Perceval, ignorando la pregunta del señor, pregunta a su vez:
-Decidme, señores ¿sóis ángeles de Dios?
El caballero ríe y dice:
-No, muchacho. Somos caballeros del buen rey Arturo.
Perceval no deja de mirar a aquellos hombres. ¡Caballeros! Jamás vio una cosa semejante.
-Decid, señor, ¿qué es lo que lleváis en la mano?
-¡Por vida de...! ¿Es que nunca has visto una lanza?
-¿Se lanza, pues, como mis venablos?
Los caballeros ríen la ocurrencia del galés.
-¡No, muchacho! Con la lanza puedo herir sin soltarla ¡Pero no te andes con rodeos, por San Jorge! Contesta a lo que te he preguntado.
-¿Y qué es lo que lleváis en la otra mano?-Perceval sigue ignorando por completo las preguntas del caballero.
-¡Vive Dios! ¿Pero de dónde has salido tú, demonios? A la vista está que es un escudo.
Otro caballero se acerca.
-¿Qué os está diciendo este galés?
-Dios me guarde ¡no contesta a mi pregunta! ¡Qué muchacho! No sabe lo que es una lanza ni un escudo.Todo lo quiere saber.
-Los galeses son estúpidos por naturaleza. Perdéis el tiempo con él.
Perceval sigue preguntando al caballero hasta que al final dice:
-Señor, por aquí han pasado los caballeros y las doncellas que consultáis.
-¡Demonio de chico! Por fin contestas.
-Solo os preguntaré algo más, señor, ¿dónde se encuentra el rey Arturo?
-En Camelot, la ciudad de la justicia y el honor, el templo de la caballería.
Los caballeros se alejan al galope. Perceval los ve adentrarse en el bosque, mientras piensa en una sola palabra: "Camelot".
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