Roma, 1506. El papa Julio II proyecta una enorme basílica renacentista para sustituir a la paleocristiana de Constantino. El proyecto ha sido encargado al arquitecto Donato Bramante. Michelangelo Buonarroti, el escultor florentino a quien ya vimos de joven al servicio de Lorenzo el Magnífico, se dedica a otro encargo del pontífice: la realización de su tumba.
Michelangelo está ilusionado con este proyecto, que le permitirá mostrar su talento como escultor. Tiene proyectadas varias esculturas: será un monumento admirable.
Pero alguien interrumpe su trabajo. Son Bramante y Giuliano da Sangallo, arquitectos del papa.
Le buscan porque Julio II quiere encomendarle un trabajo importante. Michelangelo no se lleva bien con Bramante ¿Qué estará tramando el arquitecto para haber ido a comunicárselo en persona?
Horas después, están en el palacio apostólico ante el papa.
El poderoso Julio II sabe del talento de Michelangelo y quiere hacerle un nuevo encargo.
Fue Bramante quien propuso a Michelangelo para ese encargo. Y Sangallo, que tiene en gran estima a Buonarroti, lo apoya.
Bramante sonríe. Está convencido de que Michelangelo fracasará. Por eso lo eligió.
El papa le invita a seguirle para mostrarle lo que quiere encargarle.
Les lleva hasta una capilla. Es la que llaman la Sixtina, porque Sixto IV, tío de Julio II, mandó construirla. Trajo a los mejores pintores para que realizaran escenas de la vida de Cristo y de Moisés en los muros: Botticelli, Pietro Perugino, Domenico Ghirlandaio...
El papa señala la bóveda. Esta pintada de azul y decorada con estrellas.
-Pintarás la bóveda.
Michelangelo se queda impactado ante las palabras del papa ¿Pintar la bóveda? ¿Él? ¿Un escultor? Mira de nuevo la bóveda azul tachonada de estrellas ¡El papa debe haberse vuelto loco!
Michelangelo le hace saber que él no puede encargarse de eso: es escultor, no pintor. Bramante sonríe: al fin podrá humillar al florentino. El papa se enfurece ¿Osa desobedecerle? Le hace ver que sabe que Michelangelo aprendió a pintar con Ghirlandaio. Sabe que pintó una Sagrada Familia para un tejedor florentino llamado Agnelo Doni. También una madonna y un Santo Entierro ¿Acaso quiere engañarle?
Michelangelo argumenta que él no se reconoce como pintor y que la forma de servir a Su Santidad será con la tumba. El papa le hace ver que está muy vivo, que la tumba puede esperar y que ahora debe ocuparse de la Sixtina. Julio II tiene su propio plan de trabajo: el florentino tendrá que pintar a los doce apóstoles. Michelangelo, resignado, no tiene más remedio que aceptar.
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