Las joyas de la Castafiore fue uno de los primeros comics de Tintín que leí (o mejor dicho, me leyeron) y por eso le tengo un enorme cariño, a pesar de ser uno de los álbumes con menos aventura. En realidad, Las joyas de la Castafiore es un juego que propone Hergé al lector para engañarle. Es una historia policíaca y al mismo tiempo no lo es; hay misterio y no lo hay. Sin duda, original es, desde luego. Cada vez que lo releo, inconscientemente, pienso en mis veranos en el pueblo, por el entorno de un campo en el que siempre parece ser verano.
Otro elemento a tener en cuenta es el de los escenarios nocturnos que tiene este álbum. El ambiente nocturno de intriga me impresionaba mucho de pequeño y es otra de las cosas que más me han quedado grabadas de esta "aventura".
La cantante de ópera italiana Bianca Castafiore, a quien Tintín conoció en El cetro de Ottokar, se invita libremente a Moulinsart, la residencia del capitán Hadoock, el cual no la soporta. Una vez allí, la diva atrae a curiosos al tranquilo palacio: periodistas, el insufrible Serafín Latón, gitanos, la banda municipal... Pero la Castafiore solo teme una cosa: que le roben sus preciadas joyas.
A partir de ahí se desata una situación de constante sospecha: ruidos, huellas, individuos que huyen... Algo parece pasar en Moulinsart...
Hergé desarrolla esta trama intentando que el lector crea estar en un escenario de Arthur C. Doyle o de Agatha Christie, donde los personajes permanecen en el mismo lugar y todo el mundo es sospechoso: el misterio (o no) está servido.
Vayamos con lo de los escenarios nocturnos. Una noche, la Castafiore dice haber escuchado ruidos y "algo" en la ventana. Tintín se ofrece a investigar. Para Hergé basta con mostrarnos el cielo negro, además de los muros exteriores del palacio donde solo el amarillo muestra el contraste entre luz y oscuridad:
En la siguiente escena, la Castafiore da un concierto, acompañada de su fiel pianista Wagner, ante las cámaras de televisión, las cuales colaboran en agotar más la paciencia del capitán... Esta escena del concierto al anochecer (la negrura del cielo a través de las ventanas nos indica que más bien ya ha caído la noche) es quizá para el lector uno de esos momentos aburridos de la infancia en el que había que esperar a nuestros padres o acompañarles a algún sitio aburrido cuando ya había incluso anochecido (para un niño, señal de que era muuuuuy tarde...). O quizá, de forma más feliz, una velada de verano, quién sabe:
Y debe de tratarse de una noche de verano, porque tras sucesos nocturnos que no contaré (hay que leerlo), Tintín sale a pasear para despejarse (sospechamos que más por no soportar los graznidos de la cantante que por las intrigas) en compañía de Milú. Pero aunque es una noche de verano no es la misma que la de La estrella misteriosa, con su atmósfera de pánico apocalíptico, con ratas saliendo de las alcantarillas y profetas locos.
Esa noche en la que Tintín pasea cerca de Moulinsart es, de algún modo, todas nuestras noches de verano. Con sombras y colores escogidos, Hergé nos muestra que es una noche de luna llena. Es clara, tranquila, pero también animada por la música que llega del campamento de los gitanos. Tintín y Milú se detienen a escuchar: "¡Qué nostalgia en esta música...!" ¿Es la nostalgia que siente el propio Tintín? ¿De qué? ¿De sus propias aventuras? Si Hergé no hubiese publicado dos aventuras más (si no contamos Tintín y el Arte-Alfa que dejó inconclusa), se diría que esta es la despedida de Tintín, una despedida a la altura de una serie:
Pero no, no es la despedida de Tintín. Y de vuelta a Moulinsart, de nuevo acecha el misterio con extraños sonidos. Oscuridad, ruidos, sombras... ¿estaba Hergé hablándonos de nuestros propios miedos infantiles? ¿Es un homenaje al propio misterio en sí? Desde luego, consiguió ambas cosas.
Por último, vemos a Tintín y Milú en el último escenario nocturno, enfrentados de lleno al misterio. La Castafiore había oído pasos en el desván... En El secreto del Unicornio habíamos podido ver los sótanos del palacio, pero no es hasta esta aventura cuando conocemos el desván. De pequeño me llamaba mucho la atención esta viñeta. Quizá en parte por recordarme al desván de la casa del pueblo, y en parte por el desván en sí: una pared descascarillada, butacas deshilachadas, una palangana, un gramófono... Trastos viejos de cualquier desván, pero ¿cómo pudo disponerlos tan bien Hergé para que sea real? Y los ojos de Tintín y Milú en la oscuridad que les proporciona el escondite del baúl, como los de Los Simpson: inmejorables.
Esta es la noche sobre Moulinsart, la del misterio, la del verano.
No hay comentarios:
Publicar un comentario