Antes de ayer, la actriz mexicano-americana Eva Longoria recogió el premio Platino 2025 de manos de otra hispana: la también actriz Sofía Vergara. Claramente emocionada por el galardón, Eva Longoria agradecía este y reivindicaba con orgullo sus orígenes españoles, más concretamente, de Asturias.
La actriz habló de la presencia hispana (incidiendo bien en este término y no en el falso y extendido de "latinos") en EEUU y de los lazos con España. De cómo todos los hispanos (sí, este término nos une) deberíamos estar unidos, estrechar lazos. Por todo ese gran pasado que nos une. Pasado que no debería quedarse en algo anecdótico de la Expo de Sevilla 1992.
Además de España, Eva Longoria nombró México. Pero, como sabemos, el país azteca (otro término que habría que revisar) no pasa por su mejor momento en su relación con España, a quien señala como el malvado país opresor que lo conquistó hace 500 años (cosa que, como ya vimos, no achaca a EEUU, país que le robó la mitad de su territorio). De eso se han encargado bien López Obrador y Sheinbaum (con sus rituales extraños y confesionales). Y, por cierto, la presidenta mexicana no estaba entre los asistentes al funeral del papa Francisco el pasado sábado. Teniendo en cuenta lo mucho que esos líderes decían que amaban al pontífice, y que México es el segundo país del mundo en número de católicos (el primero es Brasil), la ausencia de Sheinbaum resulta inexplicable (como la de Sánchez, por otra parte...).
¿Y a quién le debe la Iglesia ese gran número de católicos en México? Pues no precisamente a Quetzalcoatl ni a Guatemoc, a quienes reivindica el gobierno mexicano, sino a los conquistadores españoles. Si México, Brasil y otros países iberoamericanos superan hoy en número de fieles a Europa, si la Iglesia presume de ser la primera religión del mundo y su presencia al otro lado del Atlántico, fue por la acción de hombres y mujeres (recordemos a María de Estrada o a Inés Suárez), laicos y religiosos españoles. Sí, los malvados españoles dimos a América a clérigos como Antonio de Montesinos y Bartolomé de las Casas, precursores de los derechos humanos.
Dimos a Sor Juana Inés de la Cruz, la genio del siglo de Oro en América.
Dimos a San Junípero Serra (canonizado por el papa Francisco), evangelizador de la Alta California, territorio que abrió para al exploración. El franciscano mallorquín que llevó el vino y la herrería al Oeste español, que fundó San Diego y otras ciudades, que defendió a los indios y luchó contra las autoridades para que tuvieran tierras propias.
Misma defensa que en aquella misma época (mediados del siglo XVIII) ejercieron los jesuitas (hermanos de la orden del papa Francisco) en los territorios guaraníes de las actuales Brasil y Paraguay. Hazaña que rememora la película de La misión.
¿Por qué el papa Francisco nunca visitó España sabiendo lo que la Iglesia católica le debe por haber introducido el cristianismo en América? Nunca lo sabremos.
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