Como sucede con otros libros y películas, releemos el Príncipe
Valiente descubriendo cosas nuevas en cada ocasión. Cuando somos pequeños
nos atraen más las aventuras de Val antes de hacerse caballero o las primeras
aventuras de Arn. Es el deseo por crecer siendo todavía niños. A medida que
vamos creciendo nos enamoramos y los romances ya no nos parecen una cursilería.
Por eso comienza a atraernos la historia de la conquista de Aleta, los diálogos
entre Aleta y Val, Arf y Adele, los primeros amores de Arn, etc. Más tarde
maduramos y nos vamos identificando más con la ampliación de la familia de Val,
los problemas intergeneracionales, el legado que se ha de transmitir, la
muerte... En resumen, el Príncipe Valiente consigue que nos
identifiquemos con Val y sus personajes en cada momento de nuestra vida.
Crecemos con Val; amamos, luchamos, sufrimos y vencemos como él.
A
diferencia de los héroes de cómic de su tiempo, Val iba creciendo, cambiando.
Se casaba, tenía hijos, envejecía (aunque aparentemente no lo parezca). Murphy, sucesor de Foster, llegará a darle una nieta a él y a Aleta: Ingrid. Val es un héroe casado, algo
impensable en Flash Gordon, el Capitán Trueno o el Guerrero
del Antifaz. Esos héroes pueden tener novias, damas a las que dedicarles
sus victorias como Dulcinea, pero lo del matrimonio son palabras mayores. Los
héroes casados no pueden seguir adelante en sus aventuras, pues tienen que
mantener a una familia. Su libertad se acabaría, por así decirlo. Eso es lo que
debía pasarle a Dartacán.
Solo Derib se aventurará a copiar la idea de Foster sobre el matrimonio en Buddy
Longway.
Como ya
señalamos, la boda de Val y Aleta marca un punto y aparte en la saga del Príncipe
Valiente. El propio Foster explica: “La saga del Príncipe Valiente debiera
concluir en este punto. Pero la conquista de Aleta es algo que a Val sólo le ha
costado entregar su corazón. Vivir con ella es otra historia”. A lo largo de la
saga, Foster hará guiños al lector acerca de las peleas y reconciliaciones de
Val y Aleta diciendo que solo alguien que esté casado podría entenderlas.
Foster demuestra con ello que es un hombre familiar, y que de no ser así no
disfrutaría tanto mostrándonos viñetas de mayor tamaño que el resto donde
aparece la familia de Val al completo charlando o asistiendo a algún acto
importante. Esa ilusión solo es comparable a la de Francis Ford Coppola cuando
realizó la saga de El Padrino. Solo así se podría explicar la condición
de Val de héroe casado y padre de familia.
La
conquista de Aleta supone para Val una de sus mayores hazañas, si no la mayor.
Es el elemento principal de la segunda etapa de la saga: desde que Val es
nombrado caballero hasta la boda de Val
y Aleta. Coincide con una etapa interior para Val: aunque ya ha sido armado
caballero sigue siendo un joven impaciente, ávido de aventuras.
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