La primera imagen de la nueva Thule se encuentra en la
escena en que Val regresa a la misma tras tres años de aventuras, disfrazado
como juglar de Valgrind, el conspirador rey de las Tierras Interiores. Foster
desea mantener en un principio la imagen de la antigua fortaleza en cuanto a su
silueta. Sin embargo se aprecian ya unas novedades: el entramado de vigas, la
cascada, el puente, la decoración de los maderos vikingos en forma de dragones,
los abetos. Las gentes aparecen ya con ropajes nórdicos, incluida la decoración
del gran salón. Además, Foster indica un valiosísimo dato: para llegar a la
fortaleza de Aguar hay que entrar por el golfo de Trondheim. Ya no hay duda:
Thule es Noruega.
Para
fijar que Thule se encuentra en Escandinavia, Foster hace viajar a Val por el
reino para evitar una rebelión de aquellos hombres a los que el rey Aguar ha
prohibido navegar. Una viñeta deja clara la idea: “Val se halla ante un grave
problema: los principales enemigos del rey Arturo son los vikingos. El pueblo
de Val es de sangre vikinga. Y, o sale al mar, o perecerá”. Llegados a este
punto, Foster se ve incapaz de explicar por qué tanto Val como su padre no
tienen aspecto de vikingos: el pelo negro no es nada corriente en la raza nórdica.
Solo años más tarde se nombrará por primera y única vez que la madre de Val
descendía de una familia romana.
A
continuación, Foster presenta un recorrido para Val por el reino de Thule como
excusa para dibujar paisajes nórdicos. Así sucede cuando conoce a Gundar Harl y
a Sigrid en un río o la escena del glaciar.
Val no
vuelve a Thule hasta el momento en el que regresa para presentar a Aleta a su
padre. Cabe decir que es la propia Aleta la que acude de incógnito,
adelantándose a Val, para conocer a su suegro. El encuentro con Val y Aleta es
muy emotivo para Aguar, pues supone saber que su hijo se ha casado (que ha
madurado, por tanto), que eso anuncia una nueva generación y la garantía de la
sucesión al trono. Las escenas que transcurren en Thule hasta el secuestro de
Aleta plasman de nuevo el amor de Foster por los paisajes nórdicos, en este
caso en invierno. Asistimos a una cacería con el leal conde Jon, el accidental
descubrimiento de los esquís por Aleta y el regreso de los patos salvajes que
anuncia la llegada de la primavera (los europeos meridionales lo sabemos
gracias a David el Gnomo).
La siguiente ocasión Val y
Aleta regresan a Thule en compañía de su primogénito Arn. Esta vez asistimos a
uno de los mayores espectáculos naturales de Escandinavia y del mundo: la aurora
boreal. Esta vez les acompaña Tillicum, la doncella india de Aleta, de la cual
dice Foster: “Su corazón canta, porque los bosques de Thule son como su hogar,
más allá del ancho mar”. Con esta frase, Foster se describió a sí mismo.
Y he
aquí una sorpresa para el rey Aguar: Val y Aleta le han hecho abuelo. La
felicidad de Aguar se describe inmejorablemente en una viñeta en que la familia
se acomoda junto al fuego del hogar: “El invierno llega a Thule. La estrella
del norte brilla sobre sus cabezas y el sol sale tras las colinas del sur. Pero
el rey es feliz: su hijo está en casa, su nieto goza de buena salud y su nuera
le embroma, le lía, se hace cargo del castillo, es descarada... y adorable”.
Observamos cómo el gran salón ha cambiado su forma, con pieles y maderas, más
del estilo vikingo. Es en este episodio donde tenemos noticia de que el reino
de Thule no es cristiano, aunque sí lo es Val. Este dato no puede explicar, al
mismo tiempo en qué momento fue Val convertido al cristianismo y se apartó de la religión nórdica. La explicación
lógica reside en la propia concepción de Thule para Foster, que pasa de ser un
reino sin localización geográfica determinada a ser un reino escandinavo.
Además, la petición de Aguar a Val de traer misioneros cristianos a Thule sirve
para entrar en una nueva aventura: el viaje a Roma a través de los Alpes.
No hay comentarios:
Publicar un comentario