El viaje de Piteas prosigue por el Cantábrico, tras haber doblado el cabo de Finisterre. No pierden de vista en ningún momento la costa:
Según los mapas que llevan, los fenicios bordean la costa de Iberia y la costa occidental de las Galias. De este modo, comprueban que Iberia es una península. El mapa indica que, una vez llegados al cabo Cabeo (actual cabo Finisterre, en Bretaña, Francia), deben cambiar el rumbo y dirigirse al noreste.
Los griegos avistan el cabo Cabeo, en tierra de los galos de Armórica. Es el momento de cambiar de rumbo: las Casitérides están ahora más cerca.
Al fin, un día, Piteas y sus hombres divisan tierra: ¡las Islas Casitérides! De acuerdo con el mapa, no puede ser otra tierra.
Los griegos desembarcan. Han logrado lo impensable: han burlado el monopolio cartaginés y han conseguido llegar a las islas del estaño. Estas islas se llaman hoy Sorlingas (Scilly) y están al oeste de Cornualles.
Encuentran a unos nativos. Estos se sorprenden de los recién llegados: no tienen aspecto de cartagineses. Mediante señas y algo de conocimiento de la lengua celta (después de todo, la colonia griega de Masalia está en la Galia), Piteas e Hipómenes se comunican con su jefe:
Al igual que los cartagineses, los griegos quieren estaño, el preciado metal de las Casitérides. Los nativos les entregan una muestra:
A cambio, los griegos les entregan cerámica, sal (muy apreciada por los celtas) y utensilios de bronce:
El estaño se extrae de las minas de las Casitérides desde la Prehistoria:
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