Lutero era súbdito del imperio y Carlos V prefirió concederle lo que nunca se le había otorgado a ningún hereje: la oportunidad de explicar su postura en público. El emperador convocó en 1521 a la dieta imperial, es decir, la asamblea de todos los príncipes electores del imperio (aquellos que elegían y aconsejaban al emperador del Sacro Imperio Romano Germánico), en la ciudad alemana de Worms.
Y así, el monarca más poderoso del mundo, que reinaba a un lado y otro del Atlántico, se vio cara a cara con el teólogo alemán. Un solo hombre hacía tambalearse al imperio y al papado juntos.
Ahí lo tenéis en su trono ¡Con qué celo condena el obispo a su lado las tesis de Lutero! Todo ello ante la atenta mirada de los príncipes electores. Al lado del obispo, uno de los más influyentes, el duque Federico de Sajonia, que parece estar fraguando algo en su cabeza: tal vez este teólogo, que después de todo es de Sajonia y por tanto súbdito suyo, no esté tan desencaminado en lo que dice...
Lutero tuvo que responder a dos preguntas: ¿Eres el autor de estas 95 tesis? Y si es así ¿te retractas de lo que has escrito? Lutero respondió a todo afirmativamente e hizo un admirable acto de conciencia. Rechazó la autoridad del papa, con lo que cortaba definitivamente con Roma.
Ahora el emperador ya no podía hacer nada por él. Erasmo de Rotterdam declaró que, a pesar de coincidir en muchas cosas con Lutero, no estaba a favor de una ruptura tan radical. Ante el miedo a la imagen que darían ante el papa, la dieta imperial declaró delincuente a Lutero y prohibió la lectura de sus libros.
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