La emoción no fue solamente recibirla como regalo, sino que en aquel mismo verano pude ver jaulas de conejos de verdad en granjas de Francia. Así, pude comprobar la fidelidad de Playmobil en sus piezas. Y es que si no la tuviera ya la compraría seguro.
El anciano granjero empuja la carretilla portando sacos de grano mientras los niños, naturalmente sus nietos, juegan con los conejos, que se asoman desde la jaula. El perro, un teckel de pelo duro, por su parte, bebía en su plato y correteaba por el corral. La escena encajaba perfectamente en la granja. Y yo, como los dos niños, me pasaba largos ratos con aquellos conejos y demás animales domésticos.
Fue también una de las últimas cajas en tener foto de diorama/escena en la parte de atrás. Luego llegarían las fotos de los contenidos de las cajas. El simpático teckel huía con una de las zapatillas del granjero. El drama de que los niños tendrían que comprender que aquellos conejos serían vendidos algún día y que no tenían que encapricharse con ellos nunca llegó a la granja de Playmobil.
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