Visitar los escenarios de una de las mejores películas del oeste no tiene precio (solo el de la gasolina consumida hasta llegar allí o el de las pedaladas si se va en bici). Hablo de El bueno, el feo y el malo, la tercera y última película de la llamada "Trilogía de los dólares" de Sergio Leone y la última que dirigió con Clint Eastwood.
Gran parte se rodó en Almería, como era habitual en los spaghetti western, pero el resto se rodó en tierras de Burgos. Visité la zona hace diez años y aunque la vegetación había cubierto mucho, los carteles señalaban los lugares, que se reconocían bastante bien. Actualmente una asociación está acondicionando estos sitios. Por ejemplo, el cementerio de Sad Hill, localizado cerca de la población de Carazo, era un círculo de cardos en 2007, pero ahora vuele a estar lleno de tumbas de madera en las que puedes poner tu nombre previo pago de una cantidad pequeña para el mantenimiento de la asociación.
Una de mis escenas preferidas es la del campo de prisioneros de Betterville, también cerca de Carazo. Allí, los protagonistas, Rubio (Clint Eastwood) y Tuco (Eli Wallach), disfrazados de soldados sudistas, son internados por los nordistas. Los prisioneros cantan una melancólica canción al ritmo de harmónicas y otros instrumentos, mientras los nordistas pasean haciendo la guardia.
En el libro Eastwood: desde que mi nombre me defiende, que he leído hace poco, se cuenta que todos los figurantes de la escena eran gente de los pueblos cercanos. Entre los músicos solicitados de estos pueblos, se rechazó a los que estaban gordos porque solo querían tipos delgados que pudiesen pasar por soldados sufriendo el cautiverio. Los músicos solicitaban mil pesetas por cabeza, pero los responsables de producción se negaban. Entonces, los músicos amenazaron con largarse, así que los italianos tuvieron que pagar las mil pesetas por barba. Hasta los figurantes de escenas eliminadas cobraron entre 200 y 800 pesetas de entonces. Claramente, El bueno, el feo y el malo levantó la economía de la comarca.
Recrear el campo de prisioneros con Playmobil es complicado. Para empezar, tengo pocas casas del oeste y para recrear las casetas del campo necesitaría más piezas, así que he prescindido de las casetas.
Los soldados nordistas se relajan jugando a las cartas, bebiendo café y charlando. Si un campo de prisioneros es duro para estos, para sus guardianes no es precisamente una fiesta, pero eso no quita para que puedan intentar distraerse. Como en el campo de la película he intentado poner esos rifles con gomillas para dar el efecto.
Unos soldados vigilan un cañón capturado. Otros cuidan de los caballos.
Echemos un vistazo a la zona donde pasan el rato los prisioneros sudistas. Tocan música, quizá el Dixie o The Bonnie Blue Flag; atienden a la comida, un rancho igual de malo que el que toman sus guardianes.
Sus barbas han crecido y algunos comienzan a acostumbrarse a esta vida, como los romanos de Obélix y compañía, esperando el final de la guerra. Los hay que, por el contrario, planean fugarse y llegar hasta las líneas confederadas.
Siempre me ha llamado la atención cómo en los western clásicos los sudistas son siempre los malos, mientras que en los spaghetti western se toma más partido por ellos, al menos para mostrarnos su sufrimiento al verse derrotados o su vida tras el conflicto. Quizá como una forma más de marcar distancias con el western americano.
There in the distance a flag I can see
Scorched and in ribbons but whose can it be
How ends the story, whose is the glory
Ask if we dare, our comrades out there who sleep
Scorched and in ribbons but whose can it be
How ends the story, whose is the glory
Ask if we dare, our comrades out there who sleep
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