Hay un lugar emblemático en París en el que se puede viajar al pasado: Montmartre. La que fuera la colina de los molinos y viñedos del París medieval y renacentista, sigue recibiendo a manadas de turistas que ascienden hasta la basílica del Sacre Coeur para contemplar las vistas de la ciudad, buscando la silueta de la Torre Eiffel, las torres de Notre Dame o la cúpula de los Inválidos.
Pero los turistas no impiden que se pueda pasear por las calles de Montmartre y trasladarse a la época en la que paseaban por aquí los impresionistas y sus seguidores: Manet, Monet, Renoir, Degas, Pissarro, Sisley, Cezanne, Cailebotte, Guillaumin, Gauguin, Toulouse-Lautrec, Van Gogh...
Los hubo quienes charlaban en el parque de las Tullerías, paseaban por el boulevard des Capucines o se acercaban a las afueras junto al Sena. Pero todos coincidieron en Montmartre, este barrio de pintores bohemios.
Renoir disfrutó pintando a los parisinos que bailaban y conversaban en el Moulin de la Galette. Monet prefirió las puestas de sol. Toulouse-Lautrec retrató a las bailarinas del Moulin-Rouge. Y Van Gogh buscó la luz, aquí y allá, con sus intensas pinceladas.
Los hubo quienes charlaban en el parque de las Tullerías, paseaban por el boulevard des Capucines o se acercaban a las afueras junto al Sena. Pero todos coincidieron en Montmartre, este barrio de pintores bohemios.
Renoir disfrutó pintando a los parisinos que bailaban y conversaban en el Moulin de la Galette. Monet prefirió las puestas de sol. Toulouse-Lautrec retrató a las bailarinas del Moulin-Rouge. Y Van Gogh buscó la luz, aquí y allá, con sus intensas pinceladas.
La fiesta estaba servida. En esos cuadros parece que el tiempo se detiene. Parece que siempre es una tarde alegre, donde la luz se filtra por las hojas de las arboledas. Los faroles se iluminan con luz de gas. La música suena. Se sirve vino, coñac, whisky y absenta para los más valientes. O para los deprimidos. O para los artistas inconformistas.
Aunque también puede haber pesar: un noviazgo se rompe, la sífilis no perdona, un cuadro que no se vende, Van Gogh se marcha a Provenza; Monet, a Giverny; Renoir, a Niza; Degas vuelve a sus bailarinas de ballet y Gauguin dice que todos están locos menos él.
Pero todos van a Montmartre. Montan el caballete en una esquina. Cortejan a alguna señorita. Comentan el panorama. Y así, pasa el verano en ese París de finales del siglo XIX.
Aunque no fue un pintor impresionista, cuando pienso en Montmartre siempre recuerdo este cuadro de Charles-Amable Lenoir: Ensueño.
El pintor se asoma a la ventana, de noche. Al fondo, las ventanas iluminadas de Montmartre. Una mujer apoya sus manos y su cabeza sobre su hombro ¿Quién es? ¿Una bailarina? ¿Sirve en alguna casa? Lo que es seguro es que es su modelo y su amor. El pintor ha roto con su familia y quiere vivir de manera independiente allí, en Montmartre. Y aunque malviva en una buhardilla con gatos y una estufa vieja, siempre tendrá a su lado a esa mujer ¿En qué pensará cada uno?
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