El Cid da un paso al frente. Su mirada decidida le precede. El rey arruga las cejas ¿Qué se propone el infanzón de Vivar?
-Señor, os insto aquí, ante todo Burgos, a que toméis otro juramento ante las Sagradas Escrituras.
-¿De qué se trata?
-Señor, los que fuimos leales a vuestro hermano el rey Don Sancho, os aclamaremos gustosos como rey si antes juráis que no tomásteis parte en su muerte.
Los murmullos comienzan a aumentar, más alarmados ¡El que fuera portaestandarte de Don Sancho, el hijo de Diego Laínez, se atreve a desafiar al rey! Don Alfonso abre mucho los ojos, aprieta los puños y empieza a temblar.
-¿Os... os atrevéis a pedirme que jure, Don Rodrigo?
-Os pido que juréis que no tuvisteis nada que ver en el asesinato de vuestro hermano, que no pagasteis a la mano que lo mató ni consentisteis en que así fuese. Si cometieseis perjurio, tened vos el mismo fin.
Don Alfonso tiembla más ahora, pues los nobles ya no miran al Cid, sino a él. Se vuelve a la Biblia abierta y toma juramento de lo que Rodrigo le ha pedido.
Una vez ha jurado, el rey se vuelve al público. El Cid, vista su exigencia cumplida, se inclina y ofrece su espada en señal de lealtad al nuevo rey.
Entre los asistentes, en la nave sur, está también Doña Jimena, la esposa del Cid. Está asustada, pues teme la cólera del rey ante el acto de su esposo.
El rey, efectivamente, está enfurecido, y rechaza el gesto de Rodrigo.
-¡Rodrigo Díaz de Vivar! Por haberos atrevido a desafiar a vuestro rey os condeno a ser desterrado del reino de Castilla.
El castigo no se ha hecho esperar, como dice el romance:
¡Vete de mis tierras, Cid,
mal caballero probado,
y no entres más en ellas
hasta no haber pasado un año!
El Cid, asume la condena y responde:
Pláceme-dijo el buen Cid-
pláceme-dijo de grado-
por ser la primera cosa
que mandas en tu reinado.
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