La sal es un bien muy preciado en la Edad Media. No solo es imprescindible para la cocina, sino para conservar muchos alimentos. A falta de frigoríficos y siendo tan escaso y delicado el comercio del hielo, las gentes del Medievo usan la sal. En los países del sur de Europa se extrae exponiendo el agua salada al sol. Pero aquí, en el ducado de Borgoña, se evapora calentándola en calderas o bien en cubiletes de barro cocido. En otras regiones, como en Austria y el sur de Polonia, hay minas subterráneas
La abadía controla el comercio de la sal en la región. Dentro del complejo abacial está la salinería. Allí se almacena la sal en grandes montones y en toneles. Su comercio proporciona importantes beneficios para la abadía.
La sal se endurece en algunas partes de la salinería y es necesario partir los bloques que se formen.
Los campesinos acuden a la abadía para proveerse de sal al comienzo del invierno. La idea de poner sal de verdad no ha quedado mal al final:
El hermano Martin anota en el registro las ventas de sal. Los campesinos pagan con dinero o bien en especie.
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