"... sino que cayó a sus pies sobre el suelo de plata, con grandísimo y terrible fragor".
Apenas había pronunciado estas sílabas, como si en ese momento un escudo de bronce hubiera caído en realidad sobre un suelo de plata, percibí un eco claro, hueco, metálico y retumbante, aunque aparentemente sofocado.
Perdiendo los nervios por completo, me puse en pie de un salto; pero el movimiento de balanceo rítmico de Usher seguía sin cesar. Corrí apresuradamente hasta la silla en que estaba sentado. Sus ojos miraban fijamente hacia adelante y por toda su cara se extendía una rigidez pétrea.
No obstante, cuando posé mi mano sobre su hombro, un fuerte estremecimiento recorrió toda su persona; una sonrisa infeliz temblaba en sus labios; y vi que hablaba con un murmullo bajo, rápido e incoherente, como si fuera inconsciente de mi presencia. Inclinándome sobre él, muy cerca, por fin bebí el odioso significado de sus palabras.
-¿Que no lo oigo? Sí, lo oigo y lo he oído. Mucho..., mucho... mucho tiempo, muchos minutos, muchas horas, muchos días lo he oído, pero no me atrevía... ¡no me atrevía a hablar! ¡La hemos encerrado viva en la tumba! ¿No dije que mis sentidos son agudos? Ahora te digo que oí sus primeros débiles movimientos en el ataúd hueco. Los oí... hace muchos, muchos días..., pero no me atrevía..., ¡no me atrevía a hablar! Y ahora...

... esta noche, ¡ja, ja! "¡La puerta rota del ermitaño, el grito de muerte del dragón y el estruendo del escudo!" ¡Di, más bien, el ruido de su ataúd al rajarse, el crujir de los goznes de hierro de su cárcel y sus luchas dentro del pasillo de cobre de la cripta! ¡Oh!, ¿dónde me esconderé? ¿No estará pronto aquí? ¿No se apresura a reprocharme mis prisas? ¿No he oído su paso en la escalera? ¿No distingo ese pesado y horrible latir de su corazón? ¡INSENSATO!-ahora se puso de pie furiosamente y gritó las palabras como si en el esfuerzo entregara el alma-: ¡INSENSATO! ¡TE DIGO QUE AHORA ESTÁ A LA PUERTA!
Como si en la energía sobrehumana de su voz se encontrara el poder del hechizo, los enormes y antiguos tableros que Usher señalaba abrieron lentamente, al instante, sus pesadas mandíbulas de ébano. Fue obra de la ráfaga veloz..., pero entonces en la puerta se vio la alta y amortajada figura de Lady Madeline de Usher.
Había sangre en sus blancas vestiduras y huellas de una amarga lucha en cada parte de su demacrado cuerpo.
Durante un momento quedó ella temblando, tambaleándose en el umbral; luego, con un bajo lamento, se volcó pesadamente hacia adentro sobre el cuerpo de su hermano...
... y en su violenta agonía final le arrastró al suelo, ya muerto, víctima de los terrores que había anticipado.
Huí horrorizado de aquella cámara, de aquella mansión.
Edgar Allan Poe
La caída de la casa de Usher