Cae la noche sobre Jerusalén. Sus habitantes celebran en sus hogares el pesaj: la pascua judía. Pero este año todo el mundo está inquieto. Se han producido disturbios en el templo y sus alrededores. Y todo empezó desde que llegó ese rabí de Galilea a lomos de un asno. Le recibieron entre palmas y tendieron alfombras y mantos a su paso. Pero ese rabí ha enfurecido a fariseos y saduceos expulsando a los mercaderes del templo y asegurando que reconstruiría éste en tan solo tres días. Muchos lo señalan ya como blasfemo y falso profeta. Y hace solo unas pocas horas que los guardias del Sanedrin lo han prendido en el huerto de Getsemaní.
Mientras los miembros del Sanedrin interrogan al nazareno, hay quienes se han acercado al atrio de la casa del sumo sacerdote y han encendido hogueras. Simón bar Jonás, llamado Pedro por el nazareno, se ha acercado también al fuego a calentarse:
Una mujer sentada a su lado le mira extrañada:
-¡Eh! ¡Yo te conozco! Tú eres uno de los que estaban con el nazareno.
Pedro comienza a temblar:
-No... te equivocas, mujer. Yo... no conozco a ese hombre...
-¡Sí! Estoy segura de que eres uno de sus amigos ¡Miradle!
Uno de los hombres sentados junto al fuego le reconoce también:
-¡Es cierto! Yo le he visto en el huerto con el nazareno y los demás.
-¡No! ¡No le conozco! ¡Os digo que jamás he visto a ese hombre!
En ese momento se acercan los guardias del Sanedrin:
-¡Eh! ¿Qué pasa aquí?
-Este hombre es uno de los que estaban con el nazareno ¡Es uno de ellos!
-¡No les creáis, no es verdad! ¡Yo nunca he visto a ese hombre! ¡No le conozco!
-¡Basta! Está bien, dispersaros ¡Eh, vosotros! Traed al prisionero
Los guardias llevan al nazareno atado. Lo conducen al palacio del prefecto de Roma, Poncio Pilato.
Al pasar junto a Pedro, el nazareno le mira triste pero sereno. Pedro se queda helado.
Los guardias se alejan llevándose al nazareno con ellos. Pedro se queda solo en las escaleras del atrio. No sabe cómo reaccionar ni qué decir. Entonces, se oye cantar a un gallo: