martes, 31 de octubre de 2023

Moncayo: el németon celtíbero

  Hace un tiempo hablamos del bosque de los Carnutes: el bosque sagrado para los galos. Comentamos que este era (actualmente está erigida encima la catedral de Chartres, otro lugar que sigue recogiendo la magia y el misterio) uno de los németons de los celtas: lugares sagrados de encuentro para varias tribus. Y también comentamos que había que dedicar un post al Moncayo: el németon celtíbero.


   El Moncayo es un monte de 2314 m de altura que separa las provincias de Soria y Zaragoza y, por lo tanto, Castilla de Aragón. El nombre fue dado por los romanos por sus nieves casi permanentes en la cima: Mons Caius, es decir, encanecido por las nieves. 
 El Moncayo entra en la historia a través de la batalla a cuyo pie fue entablada entre las tropas romanas del pretor Graco y los celtíberos en el año 179 a.C. Estos últimos fueron derrotados y el valle, poblado de cadáveres, se convirtió en una zona de muerte y superstición. Este parece ser el origen del nombre del puerto del Madero, zona que conecta las dos provincias: Vadaverum, es decir, cadaverum, "cadáveres". El hallazgo de armas y yelmos celtíberos confirman el enclave de esta batalla.



El carácter sagrado del Moncayo queda confirmado a través del poeta romano Marcial, quien habla de un Sanctum Buradonis Illicetum, es decir, el "bosque secreto de Burado". Este Burado se identifica con el municipio soriano de Beratón. Los ancianos del lugar recuerdan la existencia de un bosque ancestral, tan frondoso que el ganado podía refugiarse allí. Los restos de enormes robles confirman dicha existencia.
  Los celtíberos, como pueblo celta (no lo olvidemos), unieron en el Moncayo su culto a dos elementos naturales distintos: al monte y a los árboles.


   Vayamos con el primero. Los pueblos y tribus celtas construyeron (o aprovecharon de épocas anteriores) dólmenes y túmulos imitando a las montañas. Podemos nombrar Emain Macha, y Knowt, en Irlanda; Bryn Celli Ddu y Maeshowe, en Gran Bretaña o el de Glauberg, en Alemania. Durante la Edad Media se creía que esos túmulos eran la puerta de entrada al reino de las hadas y por eso eran conocidos como “colinas de las hadas”. 



    Los cultos a montes sagrados son comunes en las culturas indoeuropeas y en las orientales. Algunos expertos apuntan a que estos montes son herederos del monte Meru. Esta montaña mítica de la religión hindú es el hogar de los dioses y es tan alto que nadie puede escalarlo. A pesar de ello, los hindúes sitúan el monte Meru en el Himalaya, donde se encuentran también los reinos legendarios de Agharta, Sangri-La, el reino del Preste Juan o el Reino de las Nubes Permanentes. Para otros, el monte Meru no es algo físico, sino espiritual.


    De un modo o de otro, el monte Meru tiene similitudes con el Olimpo de los dioses griegos o las montañas de Kii en Japón. Además, todos los templos hindúes representaron de algún modo en sus pirámides encumbradas hacia el cielo el monte sagrado, con el deseo de alcanzar la plenitud, la sabiduría, escalar el hogar de los dioses. Así, el templo va sustituyendo al monte, lo artificial reemplaza a lo natural, pero mantiene su significado sagrado. 
El culto al Moncayo se puede interpretar como lugar sagrado en sí mismo, como monte ancestral, la “montaña madre”, el mismo carácter sagrado que poseía también el Duero. Sería, por lo tanto, una forma de animismo que habría persistido desde la etapa animista prehistórica o bien un panteísmo evolucionado. Al mismo tiempo, el Moncayo también se puede analizar como la conexión con un dios o dioses. Así, el viejo monte cano sería también el lugar de culto de una diosa, pues en la ladera aragonesa se encuentra el santuario de Nuestra Señora del Moncayo. Esto nos lleva a relacionarlo con las diosas celtíberas y la sustitución de éstas por la Virgen María. 


El santuario de Nuestra Señora del Moncayo, en la ladera aragonesa del monte. Lo sagrado pervive siglos después.





¿Es el culto a la Virgen del Moncayo heredero del culto a las diosas celtíberas (Epona, Ataecina, etc.)?



Al mismo tiempo, hay que recordar el paso del dios Lug a los grecorromanos Mercurio y Hermes y, ya en época cristiana, a San Miguel. Y si tenemos en cuenta que uno de los circos glaciares u hoyas del Moncayo recibe el nombre de San Miguel, la conexión con el dios celta se refuerza. 
En cuanto al culto a los árboles, han quedado registros del aprecio que los celtas tenían por los robles, hayas, tejos, alisos, etc. El roble era sagrado tanto en Britania como en Germania. El tejo era el árbol por excelencia para las tribus de la cornisa cantábrica debido a su longevidad. Lo valoraban, por lo tanto, como un símbolo de eternidad. Las reuniones se celebraban en torno a los tejos. Muchas ermitas y santuarios cristianos se construyeron junto a ellos como herencia de aquellas creencias. Según Lucio Anneo Floro, los galaicos, astures y cántabros empleaban las bayas venenosas de los tejos para suicidarse en el caso de que fuesen derrotados.


Tenemos, por lo tanto, consolidada la idea del Moncayo como németon, pero aún hay más. Se cuenta que el hierro con el que los habitantes de Numancia fabricaban sus armas provenía del Moncayo. La villa soriana de Ólvega, al pie del Moncayo, debe su nombre al vascuence olaveaga: "herrería".
En época romana, el Moncayo fue identificado con el lugar donde Hércules derrotó al gigante Caco y lo sepultó. En época cristiana, el sentido reverencial del monte sagrado se tornó en superstición. Los druidas y sacerdotisas de los tiempos celtíberos quedaron convertidos en la brujería. Junto al Moncayo existen dos lugares con tradición de brujas: Trasmoz, en el lado aragonés, y Muro de Ágreda, en el lado soriano. 
Las ruinas del castillo de Trasmoz eran el punto de encuentro para los aquelarres. Se llegó incluso a fabricar allí moneda falsa. El monasterio de Veruela (en el término de Vera de Moncayo), de quien eran feudatarias las poblaciones de la zona, interpretó estos hechos como un desafío a su autoridad. En 1255 el abad de Veruela consiguió que el papa Alejandro IV dictase la excomunión contra toda la población de Trasmoz. En la actualidad dicha excomunión todavía no ha sido revocada por la Santa Sede, por lo que convierte a Trasmoz en el único pueblo excomulgado de toda España.



Gustavo Adolfo Bécquer y su hermano Valeriano conocieron estas historias en su estancia en el monasterio de Veruela. Bécquer habla de las brujas en su Carta VIII de Cartas desde mi celda, así como de los poderes mágicos en La corza blanca y de los seres fantásticos del Moncayo en El gnomo. La tradición de las brujas sigue presente mediante festivales tanto en Trasmoz como en Muro (cuando se acerca el Samhain, el Halloween original celta). 


La idea del Moncayo como lugar de minas de hierro está presente también en las leyendas, concretamente en la de San Martinico. Tal como se recoge en el municipio zaragozano de San Martín de la Virgen del Moncayo, San Martinico robó a ciertos gigantes que vivían en el monte el secreto de la forja de los metales. Por otro lado, "martinico" era también el nombre de ciertos duendes de la superstición popular española. Y pensemos que los gnomos, vinculados con el Moncayo, están relacionados con las minas.



 La superstición en torno al Moncayo no termina ahí. En el Madero se encuentran las ruinas de un monasterio templario llamado San Adrián. Al igual que sus colegas del monte de las Ánimas de Soria, se cuenta también que los fantasmas de los monjes-guerreros salen de sus tumbas. En Trévago, también en la comarca del Moncayo, se habla de profundas simas donde ha desaparecido gente en busca de misteriosos tesoros y otras donde se escuchan voces lastimeras... En el mismo Trévago, un rayo de sol ilumina el rostro de San Ramón Nonato en su altar de la iglesia parroquial cada solsticio de invierno. El culto a San Ramón es heredero de las diosas de la fertilidad, pues se le invocaba en los partos. En el interior de la iglesia se celebra el Baile de la Virgen, con todos los rasgos de un baile ritual prerromano ¿Casualidad?


Otra leyenda sobre el Moncayo nos conecta con su pasado prerromano. Un rey tenía tres hijos, a cada cual más egoísta y conflictivo, que andaban todo el tiempo en fieras disputas. Cansado, el rey lanzó una maldición sobre ellos y los convirtió en montes, de manera que estuviesen siempre inmóviles, separados, pero siempre viéndose los tres. Estos montes eran el Moncayo, el Ocejón y el Alto Rey, estos dos últimos en la provincia de Guadalajara. Tanto el Ocejón como el Alto Rey tienen registros de pasado celtíbero.

 La conexión ancestral entre los tres montes resulta evidente. Quizá no sea casualidad que el día de la Santísima Trinidad, el domingo siguiente a Pentecostés, se celebrase antiguamente una procesión al Alto Rey. Tres. El Moncayo está compuesto a su vez por tres picos. La triada capitolina (Júpiter, Juno y Minerva) protegía Roma. Los dioses egipcios solían agruparse también en triadas. Tres son las diosas que marcan el paso al más allá: las Moiras, en la mitología griega; las, Parcas, en la romana, y las Nornas, en la escandinava-nórdica. También son tres diosas las que asisten a los guerreros celtas: blanca, roja y verde. La tradición popular convirtió a estas tres diosas del destino en hechiceras, dando lugar al cuento de Las tres hilanderas y a las tres brujas de Macbeth.

Las triadas sagradas tuvieron especial arraigo en las religiones celta y germana y más tarde, por asimilación, también en la romana. Fueron las llamadas Matres, siempre agrupadas como tres diosas. En la provincia de Soria han sido halladas estelas con referencias epigráficas a las Matres en Yanguas, pero resulta más interesante hallarlas también en Ágreda (con el nombre de Matrubos), al pie del Moncayo. Dicha estela se encontró en relación con una fuente de aguas sulfurosas con propiedades curativas ¿Casualidad?


Todo esto (arqueología, leyendas, folklore, tradiciones, supersticiones, etc.) nos indica una misma cosa: que el pasado sagrado del Moncayo pervive.
















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