Estos días he revisado las canciones de Cristina D'Avena, que fueron decisivas en junio de 2024 por varias razones. También en otoño del año pasado descubrí otras canciones de esta cantante italiana que destacó sobre todo por poner voz a las sintonías de multitud de series de dibujos animados. Pero también ella protagonizó varias series, como descubrí el año pasado. Concretamente, fueron cuatro: Arriva Cristina (Llega Cristina), Cristina, Cri Cri y L'Europa siamo noi (Europa somos nosotros).
Las cuatro series combinaban situaciones cotidianas de su protagonista (que alternaba las clases de medicina en la facultad con un grupo musical) y su familia con números musicales. La cuarta era simplemente propaganda sobre la nueva etapa europea con el cambio de nombre de CEE a UE de 1992.
Pero tampoco nos engañemos. En aquella época todo el mundo era europeísta y amaba la idea europea, desde la entrada de España en la CEE en 1986 y la ampliación de 1995. Antes de que nos planteásemos (al menos algunos) si perdíamos soberanía, antes de que nos impusieran la PAC y nos redujeran las vacas, antes del "feliz" invento de una botella con el tapón unido... Sí, hubo un tiempo en que sí hubo una ilusión por ser europeos.
Las cuatro series se realizaron entre 1988 y 1991, tras el rodaje de Licia (protagonizada por la propia Cristina). Esta serie trataba de adaptar con personas un anime, por lo que resultaba muy falsa y pastelón.
Lo curioso es que las cuatro series, aunque se rodaron todas en decorados, no resultan tan artificiales. Arriva Cristina y sus secuelas trataron por primera vez en Italia los problemas intergeneracionales, la vida de los jóvenes universitarios, con sus inquietudes, aspiraciones, etc.
Pero el rescatar ahora estas series, no me lleva a pensar en otras que se emitieron en la misma época en España, sino, precisamente, en aquella época en sí. Y sé que me he referido otras veces a aquellos primeros años noventa con nostalgia, a través de otros elementos. Pero esta vez, mi aproximación es a través de la imagen en sí de aquella época. Aunque nos separen kilómetros, veo en estas series italianas la misma estética que imperó en la vida y los medios de comunicación de aquel tiempo.

Esa ropa de
tactel, esos peinados, esos colores de aquel tiempo me hablan de mis años de Educación Infantil, con
aquellas tardes interminables, aquellos programas nocturnos, que no siempre podíamos quedarnos a ver por ser pequeños. En aquel tiempo,
Telecinco todavía no era
Telecirco. Y sus programas, concursos y shows, aunque hayan quedado en la retina del público como la "etapa de las
Mamachicho", para mí formaron la etapa de
VIP Guay,
La abeja Maya, Heidi, Emilio Aragón, etc. Todo ello impensable hoy día en dicha cadena.
Para los ojos de los niños que fuimos en aquellos años, esa televisión era sinónimo de diversión, buen rollo, aire desenfadado. Una tele que vino de Italia para quedarse. Y que, por consonancia con lo español, por nuestras raíces comunes, nos mostró un mundo entrañable. Y al ver las actuaciones de Cristina D'Avena en el Telecinco italiano, compruebo dicha conexión.
Y es que en España había buen rollo, por mucho que para algunos sea ingenuidad, mucho antes de que ZP comenzara a dividir a los españoles y a polarizar el panorama. La tele de aquellos primeros 90, no solo
Telecinco, nos decía, de algún modo, que después del domingo vendría el lunes (como la canción de otro italiano,
Angelo Branduardi, con su
Dopo domenica e lunedi), pero que la vida seguía cada día, con ilusión, con luz y color. Y, de alguna manera, se fomentaba esa idea de eternidad en los que fuimos niños (al menos,
en mí).
Lo más interesante de todo es la sinceridad que hay en esas sensaciones. Pues, aunque no vi estas series italianas, al verlas hoy, puedo conectar directamente con aquel tiempo. Y, concretamente, veo los otoños de aquellos años. No como algo triste, sino como algo entrañable. Como la espera inconsciente hacia la Navidad.
Una espera que me lleva a aquel niño de 3-5 años que fui, que veía en el paisaje del pinar de Valonsadero los grandes bosques del norte de Europa, sin saber siquiera lo que era eso ni Laponia ni Escandinavia, pero que intuía en esa masa arbórea septentrional algo mágico. Un pensamiento, una ilusión que le decía que por allí vendría Papá Noel, puntualmente por Nochebuena. En Arriva Cristina y sus secuelas no hay pinar de Valonsadero, pero toda esa atmósfera está ahí. La que me habla también de las carreteras de Soria, del patio de mi abuela, del frío que se hacía (y se hace) notar ya desde septiembre en la vieja ciudad del Duero.

La de la noche que caía, pero que no traía tristeza, sino que me decía que en esa vieja ciudad se produciría el milagro que cerraría el año: la Navidad. Y así, crecía en mí la idea de eternidad. El encuentro con la familia en aquellos fin de semanas de otoño, en aquellos puentes, ya fueran los del Pilar o de Todos los Santos, cuando un simple pinar, una central eléctrica, un camino de barro, me decían: "Sí, aquí vive la eternidad". Y si entonces eran mis padres y mis tíos los que trabajaban, hoy somos mis primos y yo. Y nos hace sentirnos mayores, pero, a través de imágenes como estas pienso: "Sí, nosotros vivimos aquello". Cada vez va quedando menos de aquella época. Pero el poder de las imágenes y de la música es tan grande que me hacen volver a sentir aquella ilusión, aquella emoción.