viernes, 5 de diciembre de 2025

La Navidad de Fanny y Alexander


     Una de las celebraciones de la Navidad más bellas y vitalistas es la que nos dejó Fanny y Alexander (Ingmar Bergman, 1982). La película narra la vida de dos hermanos de una rica familia sueca a principios del siglo XX: Fanny (Pernilla Allwin) y Alexander (Bertil Guve) Ekdahl


 Tras la muerte de su padre (Allan Edwall), su madre (Ewa Fröling) se casa con un fanático e intransigente obispo protestante (Jan Malmsjö). El contraste entre su hogar feliz y la nueva vida austera y gris de la casa del obispo choca de manera asfixiante. Realidad y fantasía se mezclarán para lograr un asombroso desenlace.
    Fanny y Alexander supuso un antes y un después en la filmografía de Bergman. Esta película, aun estando marcada por el estilo del director sueco, presenta claramente una atmósfera diferente a sus películas anteriores. Aunque el ritmo lento característico de Bergman y su obsesión por la religión marcan la cinta, Fanny y Alexander presenta una notable innovación, con escenas llenas de vida y color.


    La Navidad inunda la primera parte de la película mostrándonos la ilusión de la familia Ekdahl al reunirse con motivo de esta fiesta. Bergman, junto a su magnífico director de fotografía, Sven Nykvist, nos transporta al hogar de los Ekdahl, ricamente adornado. Es un símbolo de felicidad, de tiempos buenos y ambiente entrañable.

Las calles de la ciudad están nevadas: es el largo invierno escandinavo. La estampa que nos presenta Bergman no está muy lejos de la descripción de August Strindberg en Pal y Per (el propio Strindberg será leído al final de la película). Los faroleros comienzan su labor con el crepúsculo. 

Los trineos tirados por caballos recorren la calzada.

En el hogar de los Ekdahl todo es una constante actividad bajo la atenta supervisión de Helena, la abuela (Gunn Walgren). Las sirvientas adornan el árbol, los muebles, preparan la mesa en la que comerán junto a sus señores únicamente esa noche, vigilan la cocina y encienden las luces. 

La casa es una “celebración de la ilusión, la fantasía, el amor y la generosidad”. El judío Isak (Erland Josephson), amigo íntimo de la abuela, está también invitado. Para la abuela Helena, la Navidad es la fiesta en la que evocar recuerdos del pasado.

 Para los niños, es la diversión y los regalos. Fanny y Alexander nos envuelve en la magia navideña, especialmente de esos ratos previos a la gran fiesta de Nochebuena.


    Así, la cámara nos lleva, a continuación, al teatro que pertenece a la familia Ekdahl, donde los niños protagonistas, junto a sus padres, representan un belén viviente.

     A continuación, el tío Gustav Adolf (Jarl Kulle), propietario de un restaurante, aparece en compañía de su esposa (Mona Malm), su hija mayor (María Granlund) y sus empleados para agasajar a los actores con champán y dulces navideños.

 En un local cercano, el tío Carl (Börje Ahlstedt) bebe y canta con unos amigos hasta que su mujer Lydia (Christina Schollin) le anuncia que es hora de ir a la casa familiar. En las calles todo es animación y correr de un lado para otro. Tras la soberbia cena y los regalos, señores y criadas cantan y bailan por toda la casa con la popular canción Nu är det Jul igen ("Ahora es Navidad otra vez").

 Se bromea, se cuchichea, todo es alegría. Más tarde, en un momento solemne de gran silencio, el padre lee el capítulo 2 del Evangelio de San Lucas. 


    No hay duda de que Bergman se inspiró en el ambiente de Dickens y en las acuarelas de Carl Larsson. 

    Su labor fue recompensada con un merecido Óscar a la mejor película de habla no inglesa. Fanny y Alexander transmite la imagen de la Navidad como un momento imperecedero, una atmósfera de sensaciones agradables, recuerdos infantiles e ilusión. Bergman consiguió que la Navidad de los Ekdahl sea, de algún modo, la de todos nosotros.


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