jueves, 15 de febrero de 2018

La ruta del oro

  Acabo de terminar un ensayo titulado La fiebre del oro, de Michel Le Bris, perteneciente a la colección de Aguilar Universal, de la que ya hablé por aquí.


   Como todas las monografías de la colección, está narrada con gran calidad, sumado a las magníficas ilustraciones y fotografías que la acompañan. El libro se centra en las tres grandes manifestaciones de la fiebre del oro en el siglo XIX: la de California de 1848 (la llamada Gold Rush), a la que también dediqué una entrada; la de Australia de 1850 y la de Alaska de 1880. El último capítulo se lo dedica a otras menores como África y Suramérica.



  Todas ellas se extendieron en el tiempo. A estos hallazgos acudieron gente de toda condición. La primera, la de California, fue una auténtica locura. San Francisco era una pequeña aldea cuando llegaron los buscadores de oro e hicieron de ella una gigantesca ciudad sin ley, donde las casas se acumulaban sin ningún tipo de orden ni higiene, calles de barro, barcos encallados en la orilla porque no había ni puerto, huevos a un dólar, delincuencia... Se fundan otras ciudades como Sacramento. Todo por conseguir unas cuentas pepitas.


 Miles de americanos, europeos, chinos y mexicanos se lanzan a por el oro. Muchos llevan un equipo adecuado, con todo lo imprescindible, pero otros se lanzan a la aventura con lo puesto. Los que encuentran un poco de oro se lo gastan en un día. Otros intentan arrebatárselo a otros. Hay peleas por las concesiones de terrenos.


  En California, Australia y Alaska se prueba con todo tipo de ingeniería, más o menos avanzada, para extraer el oro. Algunos ni siquiera se acuerda que llegaron al oeste a por el preciado metal. Prefieren fundar bares, burdeles, tiendas. Otros prueban suerte con las apuestas o con serrerías. Y otros encuentran una tierra prometida donde predicar o fundar una granja.



  La fiebre del oro fue la manifestación de las aspiraciones de miles de personas que soñaron con enriquecerse y construir un futuro basado en el codiciado metal. Una locura que fue también aventura y que aportó su propia página a la emocionante historia del oeste americano.






2 comentarios:

  1. Que grandes ilustraciones Diego, dan muchas ganas de desempolvar la mítica 3747!!
    Y gracias por refrescar la entrada de La leyenda de la ciudad sin nombre que no la había visto y la película, tampoco, y para ser un fiel seguidor western es imperdonable así que apunto.

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  2. Gracias a ti, Javi, pues tus creaciones son parte de mi inspiración, unidas a mi afición por estos temas. Como habrás visto en la entrada siguiente he empezado a crear algunos personajes de aquella fiebre del oro. Me alegro que te gusten.
    Reconozco que hay mucha gente que puede echarse atrás al oír La leyenda de la ciudad sin nombre, al tratarse de un musical. Pero la verdad es que tiene una calidad magnífica en cuanto a la recreación de aquella fiebre del oro y refleja muy bien las distintas nacionalidades que coincidieron en aquella aventura, así como la forma en la que aquellos buscadores de oro se organizaron. La ciudad de la película bien podría ser cualquier ciudad de California que surgió de la nada con algunas tiendas de campaña y cabañas en aquella Gold Rush. Yo personalmente la recomiendo por todo eso.
    Este año he prometido no correr jaja así que no temáis :)
    Un saludo

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