miércoles, 29 de enero de 2025

El mejor lugar de la casa junto al fuego

 Para los que crecimos en los 90, hay una serie insuperable que quedará siempre en el subconsciente (al menos en el mío): El Cuentacuentos.




     Esta coproducción anglo-americana, a cargo de Jim Henson (el creador de Los Teleñecos) y Anthony Minghella, reconstruía cuentos populares de la tradición europea (especialmente de Alemania y Rusia) con una calidad y fotografía nunca vistas hasta entonces (ni después). Recreaban ambientes y atmósferas que solo los grabados del siglo XIX o las ilustraciones de Gennadij Spirin o Andrei Dugin han logrado fabricar.










 La presentación atrapaba desde el primer momento con su música y nos introducía a un mundo de misterio, con un cuervo volando y un anillo en su pico, sobre un sombrío castillo, con una luz sobrenatural:



¿O qué decir de esos monstruos alados volando?



 El cuervo llegaba a donde estaba el narrador, el inolvidable John Hurt (el vendedor de varitas mágicas de Harry Potter), que decía:

Cuando las gentes sabían de su pasado a través de los cuentos,
vivían su presente contándose cuentos
y predecían su futuro con cuentos,
el mejor lugar de la casa junto al fuego
se le reservaba siempre al Cuentacuentos.



    En cada cuento, el narrador, de aspecto de duende, aparecía en un castillo, junto a su perro y una chimenea. En una atmósfera insuperable.



    El Cuentacuentos presentó un total de nueve cuentos. Pero los mejores serán siempre para mí El gigante sin corazón, El niño afortunado, La verdadera novia, Juan Sin miedo y La Cenicienta.
    El gigante sin corazón, mi favorito, pertenece a la categoría del adversario inmortal, de la clasificación Aarne-Thompson. Fue creada por el folklorista finlandés Antti Aarne y continuada por el americano Stith Thompson. Estos parámetros han sido criticados por expertos como el ruso Vladimir Propp.



    Propp era de la opinión, totalmente razonable, de que la clasificación de Aarne-Thompson clasificaba cuentos bajo una categoría, cuando compartían, en realidad, elementos con otras. En el caso del adversario inmortal, solo he encontrado tres ejemplos: la versión alemana (la que nos ocupa), la noruega (titulada El gigante que no tenía corazón en su pecho) y la rusa (Koschéi el esqueleto perpetuo). La idea de que para vencer al oponente sobrenatural, en este caso, un gigante, hay que encontrar y acabar con una parte de su cuerpo, que está guardada fuera de este (en el caso ruso, era su propia muerte), guarda cierto parecido con la tradición de los vampiros. Pero El Cuentacuentos nos muestra la admiración del protagonista, el joven príncipe Leo, por el gigante. Con esto, la serie conseguía humanizar más a los personajes.
    La calidad y el empeño del equipo de El Cuentacuentos son evidentes en El gigante sin corazón. Empezando por la caracterización del gigante.


Los caballeros que encerraban al gigante en la prisión, al inicio del cuento, siempre me encantaron.


¿Cómo no verlos, tiempo después, en La liberación de San Pedro de Rafael?


Insuperables los sótanos del castillo, cuando el gigante se escapa.


¿Y qué decir del castillo bajo la luz de la luna?


Y si pensamos que todo fueron decorados y montajes, el valor es el doble. 
Hay mucho de ilustraciones, de Brueghel y de Durero, en la casa del gigante.





Y en los trajes de Leo y sus hermanos.



"En la montaña hay un lago, en el lago, una isla; en la isla, una iglesia; en la iglesia, un pozo; en el pozo, un pato; en el pato, un huevo y en el huevo, está mi corazón". No, ya no hay historias así, ni sombrías iglesias en una isla en un lago de noche.


    Igual de sombría es la impresionante isla del grifón de El niño afortunado, emergiendo de en medio de otro lago.


    El inolvidable grifón, cuya pluma dorada servirá al protagonista para casarse con la princesa. Una versión rusa del cuento de Los tres pelos del diablo, que bebe, a su vez, de la historia de Jasón y los Argonautas (el objeto precioso dará la legitimidad).


Y el barquero del lago, que podría haber salido de un cuadro de El Bosco.





    Antes de que conociéramos al león Aslan de Las crónicas de Narnia, ya conocimos a un león de fantasía en La verdadera novia.


    En este caso, el cuento tiene la tipología del animal ayudante (que también está en El gigante sin corazón) y la del marido perdido (cuyo ejemplo más famoso es el bello cuento noruego Al este del sol y al oeste de la luna, con el que comparte mucho).
     Una muchacha huérfana llamada Ania es maltratada por un horrible troll que la obliga a realizar tareas inauditas: vaciar un estanque y construir un castillo en su lugar, limpiar de plumas una sala y meterlas en sacos, etc. Para todas esas tareas, la joven es ayudada por el león. 
    El malvado troll es otra de las imágenes que se quedan en la retina en esta serie.


Claro que, por aquella época, estábamos muy acostumbrados a los trolls.


El estanque al atardecer, que Ania tenía que vaciar.


¿No recuerda un poco al Estanque en el bosque de Durero?


Otro castillo de fantasía, el que, por obra de magia, hace aparecer el león, tras beberse toda el agua del lago.


Tras hacer desaparecer al troll, el león hace que Ania se vuelva rica. Conoce a un joven y se enamoran. Y es nada menos que Sean Bean, que será siempre Sharpe y Boromir, el de El señor de los anillos.



Pero el novio es hechizado y raptado por la hija del troll, no menos horrible y malvada que su padre.


Ania busca a su novio por todas partes. Y, con la ayuda del león, logra encontrar y liberar del hechizo a su amado.

    Otro cuento interesante es Juan Sin Miedo, una historia contada en muchos países. En este caso, una de las pruebas que se le presentan al protagonista para que logre conocer el miedo es tocar el violín para el horrible monstruo del estanque.



    En esta versión, Juan no juega a los bolos con unos demonios, sino contra un horrendo espectro sin piernas.


El castillo del espectro es, sin duda, el más terrorífico de todos los de la serie.



Lo que también cambia es que Juan acaba aprendiendo lo que es el miedo al ver que su amada está muy enferma. En la versión más difundida lo aprendía al arrojarle agua su esposa mientras duerme.


    La Cenicienta es otro cuento interesante de la serie. En común con el cuento que todos conocemos solo tiene la trama del zapato perdido y las dos hermanastras envidiosas (en este caso, hermanas).


    El resto del cuento recoge una antigua historia germánica por la cual un rey viudo anuncia que se casará con la mujer a la que le sirva el anillo de su difunta esposa. La versión alemana se llama Allerleirauh. Perrault la recoge como Piel de asno




    La única a la que le vale el anillo resulta ser la hija pequeña del rey. Para retrasar la boda, la hija ordena que se le confeccione un vestido como el cielo, otro como la noche y otro como el sol. 


  Cuando por fin los hacen, la princesa ha desaparecido. Aliada con sus amigos, los animales, huye a otro reino y cubre su cuerpo con pelos y plumas, que le dan un aspecto que provoca desprecio y asco en los demás. Se hace llamar Extraviada y trabaja como criada en la corte.


Allí, se enamora del altivo príncipe. Este le desprecia.

"-¿Os doy asco?
-Mira, los gatos matan ratones. Las gallinas ponen huevos.
-¿Y eso qué significa?
-Significa que hay una relación entre las cosas. Yo contigo no tengo nada que ver. No me das asco porque, simplemente, ignoro tu existencia."


    Pero por la noche, el príncipe se enamora de una hermosa joven a la que nadie conoce. Lleva un vestido como el cielo. Bailan toda la noche. Luego, ella se va corriendo. Cuando él le pregunta dónde vive, ella responde:
-Donde las gallinas matan ratones y los gatos ponen huevos.
    La noche siguiente, la joven lleva un vestido como la noche y la tercera, como el sol.



     En esta última ocasión, huye perdiendo un zapato.



    Como en el cuento clásico, el príncipe busca entre las muchachas del reino a aquella a la que le sirva el zapato. Solo cuando Extraviada se lo prueba, su disfraz desaparece y el príncipe descubre que todo ese tiempo la hermosa joven era en realidad su despreciada criada.


    La idea de la princesa huida a otra corte y disfrazada está presente también en la tradición española en los cuentos de El piojo y La sal en el agua, así como en el romance de La doncella guerrera.
    El Cuentacuentos sorprende por su fotografía, su puesta en escena. Me encanta el recurso de cómo la escena se introduce en la misma estancia en la que está el narrador.



O cuando a veces los personajes aparecían como parte viviente de los cuadros colgados en la pared.


O cuando a veces el narrador y su perro interactuaban en el cuento.


¿Qué extraña magia hay en los salones de La Cenicienta, que anuncian ya La Bella y la Bestia?




¿O en la escalera de ese mismo cuento, que podría estar en cualquier escenario del Romanticismo?


 El Cuentacuentos me habla de una época en la que un paseo por el campo o por un castillo en ruinas era creer ver escenarios en los que podían vivir gigantes, grifones, espectros. En aquellos años de caballeros de Playmobil, bocadillos de Nocilla, gnomos, animales músicos, abejas y avispones, vueltas al mundo en 80 días, etc. Cuando la calidad, la televisión y las tardes interminables eran un todo.














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