Un día, Michelangelo recibe en la Sixtina la visita de otro pintor: Rafael Sanzio. Michelangelo desprecia a este joven prodigio, pues lo ve como un príncipe, muy solicitado por los mecenas. Rafael ha venido a admirar la obra del florentino.
Le felicita. Michelangelo se traga su odio hacia el joven de Urbino. Rafael le invita a contemplar el fresco que está pintando en las estancias del segundo piso del palacio apostólico: La escuela de Atenas. Michelangelo acaba aceptando la invitación.
Rafael le muestra su obra. Este detalle, este otro... Michelangelo piensa que el de Urbino le ha imitado. Pero... esto otro, esa posición... No, esto es original de Rafael. Y si en algo se ha inspirado en él, es porque su joven rival le admira. E incluso le ha retratado abajo, casi en el centro de la escena, como el filósofo Heráclito. Rellenando un vacío en el espacio que habría quedado extraño. No, no puede odiar a Rafael: le ha honrado.
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