Y tu voz igual que el coro de las sirenas de Ulises me encadena
Todo el mundo ha oído hablar de las sirenas, mujeres míticas con cola de pez que están inmersas en el imaginario colectivo. Todos conocemos a Ariel, la sirenita, adaptación con final feliz del triste cuento original de Andersen.
Pero ¿de dónde viene el mito de las sirenas? Como sucede con muchos otros, de la mitología griega. Pero no eran mujeres con cola de pez, sino mujeres con su parte inferior de ave. Así aparecen en su aparición más famosa del mundo grecorromano: en la Odisea, atrayendo con sus cánticos a Ulises y sus hombres hacia las rocas. Suerte que el astuto Ulises mandó que le ataran al mástil y que sus hombres se pusieran cera en sus oídos.
En la mitología nórdica se habla de las nueve hijas de Aegir, el anciano del mar, que equivaldrían a las nereidas griegas. Las hijas de Aegir son similares a las sirenas por su atractivo sobre los incautos marineros, pero no tienen cuerpo de ave ni de pez. Viven en el fondo del mar fabricando cerveza.
Pero la imagen de las sirenas cambió completamente en la Edad Media. Se mantuvo la idea de atracción sexual y sensualidad de aquellos seres de la Odisea. Pero el Mediterráneo era un mar más que explorado al caer el imperio romano de Occidente. Había sido el mare nostrum de fenicios, griegos y romanos. No podía haber sirenas allí. Como sucedía con las amazonas, las sirenas pasaron a habitar fuera del mundo conocido. Y en la Edad Media, ese mundo era el Atlántico, el terrible Mare Tenebrosum. Y las sirenas ya no tenían cuerpo de ave, sino de pez.
Las sirenas comienzan a aparecer en las leyendas atrayendo a los marineros con su belleza hacia el temido abismo.
Así, va aumentando el miedo a navegar en mar abierto por el Atlántico. Pero las sirenas cobraron, además, un significado a nivel religioso. Fueron identificadas con la lujuria. Así, comenzó a ser corriente representar este pecado en las iglesias medievales como una sirena con dos colas.
François Bourgeon juega con esta iconografía en su saga Los compañeros del crepúsculo. Aparecen tres sirenas con dos colas como escudo de la ciudad de Montroy, en la que se sitúa la acción del tercer álbum, titulado El último canto de los Malaterre.
Como emblema también de la posada en la que se hospedan los personajes.
Y en otras ocasiones.
Rara vez la encontramos en las iglesias con una cola, como aquí, en un capitel de la iglesia de San Claudio de Zamora.
A medida que avanza la Edad Media, el carácter maligno de las sirenas hace que la cola de pez se convierta, con el tiempo, en cola de serpiente. Así surge la leyenda de Melusina, el hada que se casó con un noble francés. Este fue advertido por su bella esposa de no molestarla el sábado. Movido por la curiosidad, el marido incumple el trato y espía a su esposa ese día de la semana. Y ve cómo Melusina se ha transformado en mujer-serpiente.
Melusina, al verse sorprendida, sale volando por la ventana y no vuelve jamás.
Con las exploraciones en los viajes a América se renovó el interés por las sirenas, una vez que, con el primer viaje de Colón, se consiguió cruzar el Atlántico y acabar con el temor a este océano. El propio Colón aseguró haber visto sirenas en enero de 1493.
¿Qué fue lo que vio realmente Colón? Todo apunta a que se trataba de manatíes, abundantes en el Caribe.
Pero hay que usar mucho la imaginación para confundirlos con sirenas...
El Bosco, de pensamiento mucho más medieval que renacentista, sitúa una sirena en El jardín de las delicias, últimos coletazos (nunca mejor dicho) del imaginario medieval.
En el mundo nuevo del Renacimiento y con la exploración del Nuevo Mundo, los seres fantásticos quedan reducidos a la superstición popular. Y así, las sirenas van desapareciendo. Las leyendas, recuperadas en el Romanticismo, las recuperarán posteriormente y ya solo podrán vivir allí.
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