En 1977 Dario Argento dirigió una película de terror que marcaría el género por varias razones: Suspiria. Tuvo su remake en 2018 (jamás entenderé lo de los remakes...), como también lo tuvo otra joya del terror: Carrie (1974). La película de Argento tenía como protagonista a una joven Jessica Harper y contaba con un cameo de Miguel Bosé. Suspiria era un producto más del giallo: el subgénero de terror italiano que mezcla lo terrorífico con el slasher y el sexo. Muchas películas de giallo pasaron a ser de serie B. Pero Suspiria consiguió algo que pocas películas de miedo han conseguido: la estética como terror.
El argumento es el siguiente: una chica llamada Suzy llega a Friburgo (sur de Alemania) como estudiante de ballet para inscribirse en una academia de baile. Pero descubre que en esta han ocurrido crímenes y que está dirigida por un grupo de brujas, servidoras de un diabólico ser llamado Helena Markos.
El uso de la sangre se inscribe en el gusto del cine de terror de los setenta, como Halloween o la propia Carrie. La caracterización de los seres sobrenaturales deja mucho que desear, pero consigue su cometido.
Suspiria juega con la idea de "trastocar" un planteamiento que podríamos comparar con un cuento de hadas. Pues Suzy toma el papel de la doncella delicada que, como en La bella durmiente, descubre un secreto siniestro. Solo que, en este caso, no se ve afectada, a diferencia de la protagonista del cuento con la rueca.
Argento trabaja todo el tiempo con la estética, el arte, como verdaderos protagonistas de la película. Partiendo de la Casa de Erasmo de Rotterdam de Friburgo como exterior, nos muestra estancias que van desde el modernismo al art decó pasando por ambientes decadentes y sobrecargados, referencias a las escaleras imposibles de M. C. Escher y siempre con el protagonismo del color rojo.
El director italiano jugó con la artificiosidad, en la línea de Federico Fellini, hasta alcanzar un ambiente manierista. Sin embargo, Argento no transmite la sensación de estar simplemente en un videoclip, como sí les sucede a otras películas del género. Porque consigue llegar al subconsciente.
Pongamos como ejemplo una escena en la que Suzy ve a una anciana y un niño en un lado de un largo pasillo. No hay nada de sobrenatural en esta secuencia, pero la joven siente una ansiedad desbordada cuando pasa junto a esas dos personas hasta el punto de que todo le da vueltas.
No sabemos por qué Suzy reacciona así, pero la película consigue que el espectador también sienta ansiedad o simplemente incomodidad, y que tampoco sepa por qué. Ese es el poder de la imagen como terror. Así, juega con nuestro subconsciente. Con pesadillas infantiles guardadas en la memoria, con sensaciones en las que experimentamos esa incomodidad. La misma que sienten aquellos a los que aterrorizan las muñecas de porcelana, los maniquíes o ciertas figuras, ciertos ambientes. Argento no escogió barrios bajos ni zonas apartadas, sino ambientes en los que el siglo XIX y principios del XX más decadentes se hubiesen detenido. La misma sensación que me ha dado el Hospital Ortíz de Zárate de Guadalajara, al que yo llamo el "hospital fantasma": sensación de domingo por la tarde, decadente (como parte del Cerro de los Ángeles), etc.
Y también el Panteón de la duquesa de Sevillano, en la misma ciudad. Que, aunque es una joya del tardorromanticismo, logra transmitir la misma sensación, al igual que en Suspiria.
Aunque Argento jugó en la película con el gore (ya no solo con la sangre, sino también con una escena con gusanos), logra recuperar, de algún modo, la atmósfera primigenia del terror, la de Horace Walpole, Mathew Lewis, José Cadalso, E.T.A. Hoffmann, etc. El propio Hoffmann supo jugar con la idea de la estética como forma de crear incomodidad.
Suspiria no nos habla, por lo tanto, de casas abandonadas, de cementerios, arrabales y suburbios, sino del casino decimonónico de tu ciudad, ciertos objetos decorativos de la casa de tu abuela que, por la razón que fuese, nunca te transmitieron buenas sensaciones; de ambientes aparentemente elegantes, pero asfixiantes (la película debería haberse llamado "Asfixia"). Logra una sobrecarga estética que es el verdadero ser negativo del film.
Argento continuó con lo conseguido en Suspiria para traernos otras dos películas relacionadas: Inferno y La madre de las lágrimas. En ellas, que junto a la primera conforman lo que se ha dado en llamar la trilogía de las Tres Madres, el director italiano juega, con un halo siniestro, con la figura grecorromana (o indoeuropea, por extensión) de las diosas Matres, a las que ya vimos en la entrada dedicada al Moncayo.
Aunque no logran estar a la altura de Suspiria, y a veces la línea argumental parece perderse, sus secuelas transmiten también esa sensación de incomodidad y de jugar con el subconsciente.
En resumen, Suspiria consiguió llegar a donde otras películas de terror no llegaron. Y demostró que hay un terror más allá de los fantasmas, los asesinos con hachas y el susto fácil.













No hay comentarios:
Publicar un comentario