sábado, 2 de diciembre de 2017

El árbol de Navidad

    Aquí vengo con los orígenes de otro emblema navideño: el árbol de Navidad ¡Y también con orígenes vikingos!



    El árbol de Navidad es junto al belén el adorno más famoso de estas fiestas y uno de sus principales emblemas. Esta tradición proviene del norte de Europa, pero con el tiempo se ha extendido por todo el mundo. Su origen se remonta a la Escandinavia precristiana, en los rituales del Yule o Youl: el solsticio de invierno vikingo.



Los árboles tenían un significado especial en la mitología escandinava. Recordaban a Yggdrasil, el fresno que, según los vikingos, era tan grande que atravesaba toda la tierra de norte a sur. Encima de su copa se hallaban Asgard y el Valhalla. Una raíz partía de Niflheim, el reino de los muertos. Otra llegaba hasta el lugar de las Nornas, tres deidades equivalentes a las Parcas romanas. La tercera raíz estaba en Jotunheim, el reino de los Gigantes.



Según los mitos vikingos, el dios Odín tuvo que colgarse del tronco de Yggdrasil para obtener el secreto de las runas. Para ello tuvo que atravesarse con una lanza y clavarse en el tronco durante nueve días y nueve noches. Ya antes había sacrificado su ojo para obtener la sabiduría. Terminado el sacrificio, Odín descendió de Yggdrasil con el conocimiento de las runas y ya nadie pudo superarle en sabiduría.



Así, Yggdrasil puede ser comparado con el Árbol de la Ciencia del Bien y del Mal del Génesis, ya que por medio de él Odín obtiene el conocimiento, al igual que Adán y Eva obtuvieron la noción del pecado.



Yggdrasil era también llamado el Árbol de la Vida, pues articulaba y sujetaba la tierra como si fuese su columna vertebral o su corazón. Muchas leyendas y fábulas escandinavas, como las de los gnomos, hablan del ciclo de la vida comparándolo con el nacimiento, crecimiento y muerte de un árbol. En la tradición cristiana también existe el Árbol de la Vida. Si bien el Árbol de la Ciencia del Bien y del Mal había traído el pecado original al mundo, el Árbol de la Vida sería el encargado de redimirlo. De acuerdo con la Leyenda Áurea, este árbol habría de ser talado y con su madera se fabricaría la cruz donde Cristo fue crucificado. Es el árbol de la segunda oportunidad, el árbol de la salvación.



En recuerdo del sacrificio de Odín, en la fiesta de Yule los sacerdotes escandinavos adornaban los árboles, normalmente abetos.
La cristianización de esta tradición se debe a San Bonifacio, patrón de Alemania, que vivió en el siglo VIII. El papa Gregorio II encargó a San Bonifacio la misión de evangelizar a los pueblos germanos que todavía conservaban la religión de Odín (llamado Wottan por ellos) y los dioses de Asgard. El mayor de estos pueblos era el de los sajones. San Bonifacio se dedicó a cristianizar o a acabar con las costumbres paganas, entre ellas la decoración de los árboles en representación de Yggdrasil. El santo cortó uno de estos árboles y plantó en su lugar un abeto. La simbología del abeto recae en su naturaleza perenne, representando la eternidad. San Bonifacio adornó el abeto con manzanas, las cuales simbolizarían el pecado original, y velas, que representarían la llegada de Cristo: por medio de Él, la humanidad se salva del pecado de Adán y Eva. San Bonifacio hizo llegar a la gente, por así decirlo, el Árbol de la Vida cristiano en lugar del vikingo-germano.



Hay una leyenda nórdica cristiana que explica el origen del árbol de Navidad. Un matrimonio de ancianos pobres celebraba en su cabaña la Nochebuena. Fuera hacía frío y nevaba. Tenían poca comida para la cena navideña y el único adorno que tenían en la casa era un hermoso abeto. Los ancianos se preguntaban si tal adorno no sería demasiado humilde para celebrar el nacimiento del Señor y al mismo tiempo se lamentaban por ser tan pobres. Entonces, llamaron a la puerta y apareció un niño tiritando de frío. Les preguntó si podían darle cobijo aquella fría noche. Los ancianos le acogieron encantados y compartieron con él la escasa cena. Al irse a acostar, los ancianos dijeron al niño que solamente tenían una cama, pero el niño les dijo que no le importaba y que dormiría sin problema en el suelo junto al abeto. A la mañana siguiente, los ancianos se levantaron y vieron que el niño había desaparecido. Miraron el lugar donde había dormido por la noche y vieron que el abeto tenía manzanas de oro colgadas. Comprobaron entonces que no había mejor adorno para honrar a Dios que aquel humilde abeto.



     La tradición de adornar los abetos se fue extendiendo por Europa, desde Escandinavia y Alemania. Las formas de adornarlo variaban según los países. A España no llegó hasta 1870 de la mano de Sofía Troubetzkoya, esposa de José Osorio, duque de Sesto. La duquesa, de origen ruso, presentó un árbol de Navidad como adorno en la cena de Nochebuena de ese año en el palacio de Alcañices, en Madrid.


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