La lluvia respetó el pasado sábado cuando me dirigí a Aranjuez. Era mi sexta visita al real sitio junto al Tajo, rozando la provincia de Toledo. Siempre es una pasada venir a Aranjuez, residencia de verano de los reyes de España desde Fernando VI, y ahora también de Ana Iris Simón (no en el palacio, claro).
No solo el complejo palaciego con sus jardines y fuentes, sino el propio Tajo entre el restaurante Matilde y El Rana Verde, donde el río se transforma en un Sena español. Y me refiero a la parte del Sena cercana a París que tanto pintaron en sus cuadros los impresionistas.
No es lo mismo que en primavera, pero las hojas del otoño dan al paisaje una belleza también curiosa.
Pasear por Aranjuez es como creer que en cualquier momento van a aparecer personajes del siglo XVIII. Había una feria de artesanía orientada al tema de Halloween, pero esta vez no encontré un puesto de Playmobil, como el año pasado que coincidí en las fiestas a primeros de junio.
En el restaurante donde comí coincidí con el general Rafael Dávila, nieto del general de la guerra civil, analista geopolítico y habitual invitado del programa Horizonte los jueves en la Cuatro.
Tras la comida, me dirigí a las cuadras reales, un edificio abandonado a las afueras de Aranjuez que todavía no conocía.
Es una pena que esté prácticamente abandonado si pensamos en el esplendor pasado de la villa y el empeño con el que mantienen en perfecto estado el resto de monumentos ¿Por qué este no? Nada tiene que envidiar a las cuadras de Viena, que vi en 2018.
Desde allí, por una pista en mal estado, me dirigí a Ontígola, antigua residencia de Ana Iris. Pero no, no estaba haciendo una ruta sobre la escritora, sino que mi objetivo era el castillo. Alzado imponente sobre una roca, la fortaleza se integra en el paisaje. Y los cuervos que sobrevolaban alrededor le daban un aire aterrador, más aún acercándose las fechas del inmortal Samhain.
De regreso a Aranjuez (y por la carretera general) vi también la impresionante noria del siglo XVIII, ejemplo de los ingenios de la Ilustración española bajo el reinado de Carlos III. Más tarde, me dirigí hacia Getafe, a un monumento que había llamado mi atención desde que era pequeño y lo veía al pasar por la carretera: el Cerro de los Ángeles.
Sobre un cerro del término de Getafe se alza este extraño monumento de 1919, que acoge también una ermita del siglo XVII y un seminario. Extraño porque los edificios católicos del siglo XIX y principios del XX siempre me han transmitido una sensación de que el tiempo no pasa en ellos. Ya sean iglesias, hospitales, asilos, colegios. También una sensación de que es el escenario de una película de terror, por esa extraña mezcla entre religión y aire tétrico. No tengo, por el contrario, esa sensación en las iglesias románicas, góticas, renacentistas, barrocas. Sin embargo, al estar por fin allí, no tuve esa sensación.
El monumento del Cerro de los Ángeles tiene su historia. Fue construido en 1919 por la iniciativa del papa León XIII por la construcción de monumentos dedicados al Sagrado Corazón y por la consagración de España a este. El Cerro de los Ángeles fue elegido como lugar para su emplazamiento por haber sido señalado tradicionalmente como el centro geográfico de España. Hoy se apunta a que ese centro se situaría en el municipio toledano de Calalberche.
El monumento fue inaugurado por el rey Alfonso XIII:
Durante la guerra civil, el monumento fue dinamitado por el bando republicano:
Para mí, tienen el mismo valor el fanatismo que se empeña en imponer y el que se empeña en destruir: nada.
De aquel monumento de 1919 solo queda el pedestal y ruinas de las estatuas que lo acompañaban. Del Cristo solo queda la cabeza desfigurada:
Tras la guerra, Franco ordenó la reconstrucción del cerro. Se optó por rehacer el monumento, no sobre los restos del antiguo, sino metros más allá.
Aunque sé que el Opus tiene peso allí, y se hacen notar, el Cerro de los Ángeles deja de algún modo un resquicio para el que es para mí el verdadero cristianismo: el que busca en la oscuridad, el del pesebre, los niños, San Francisco de Asís, los hechos y no las palabras, los misioneros del Tercer Mundo, la bondad cada día, el compromiso real con el evangelio. Aunque en el templo que hay bajo el monumento se respira ese inmovilismo que se disfraza de guitarrita y camiseta, y corta calles en Madrid por la Pascua, también vi la enorme fe que sigue atrayendo a gente sencilla hacia el Sagrado Corazón. En esos días había visto el testimonio de Luis Enrique tras perder a su hija Xana con solo nueve añitos.
No puedo ni imaginar, por mucho que imagine, el tremendo golpe que fue para esa familia perder a ese pequeño rayo de sol que fue esa niña. El dolor en estos casos debe ser lo más horrible. Ningún niño debería morir. Y la entereza y la alegría con la que Luis Enrique cuenta que tanto él como su familia creen que Xana sigue con ellos de forma espiritual, me hacen pensar que la vida es mucho más compleja de lo que creemos. Y la religión mucho más. Y allí, en el Cerro, pensé en todo esto.
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