La Navidad pasada comentaba si realmente habíamos cambiado tanto en cuanto a la forma de celebrarla. La respuesta es sí, pero es el entorno, el mundo el que ha cambiado. Nos hacemos mayores, sin duda, y vemos cómo las personas que estaban con nosotros durante todas estas Navidades, nuestros abuelos, van desapareciendo de nuestras vidas. Esas son realmente las cosas que han cambiado. Porque, por mucho que cambie la estética navideña, los adornos, los regalos, la televisión, la comunicación, nosotros no cambiamos en nuestra forma de celebrar la Navidad. Siempre que la ilusión siga viviendo en nosotros.
Fue precisamente la Navidad pasada cuando recordaba la que es para mí la mejor Navidad que ha habido: la de 1994. Y han pasado ya 30 años. Miro ahora atrás, hacia aquella maravillosa Navidad, a aquel niño que yo era, que esperaba con ilusión aquellos Playmobil, en medio de las luces, la publicidad, los juegos y anécdotas familiares.
La ilusión de poner el belén, de desenvolver aquellos regalos, tras los cristales translúcidos de la puerta del hall en casa de mis abuelos; la nieve cayendo por la ventana (cuando nevaba), los trineos en el puerto de Piqueras, el especial de Martes y Trece de Nochevieja, los nervios al sonar las campanadas, los cedros iluminados, la fachada con el gran pino de Caja Salamanca y Soria, los especiales de Disney y las grandes galas y concursos en la tele. No se puede decir que tuviéramos las Navidades de Fanny y Alexander... pero todo era genial.
Con esa idea de eternidad de la que hablé. Idea que quedará para siempre en los recuerdos, cada vez que pongo el árbol de Navidad y el belén, cada vez que veo los vídeos que nos grababa mi abuelo con su cámara, cada vez que releo cada diciembre ¡Y mañana Navidad! de Eve Tharlet, Cuento de invierno y La escalera secreta de Jill Barklem o ¡Mira, Madita, está nevando! de Astrid Lindgren. Cada vez que entro en la calle Almazán, cada vez que paso por Mariano Granados...
...aunque ya no tenga sus cedros, sino una estrella o una bola gigantes con el insufrible Mi burrito sabanero (una de las formas de venganza de los pueblos a los que conquistamos...), cada vez que recorro la calle Caballeros, cada vez que contemplo la vista del Castillo. Cada vez que hago todo eso, aquellas Navidades seguirán vivas y así seguirá la idea de eternidad. Pues como dice un villancico sueco:
He aprendido que somos
como llamas parpadeantes
mientras estamos aquí.
Así es. Y no solo aquellas inmortales Navidades. Miro también hacia grandes momentos navideños en 2014, en 2017, o, sin ir más lejos, al mismo año pasado, con los chavales de Valdeluz, cuya ausencia se hace notar en estos días justo antes de las vacaciones:
Por todo lo que hemos compartido entre 2023 y 2024, por todo lo que conseguimos juntos, por todo lo que hicisteis por mí. Gracias :) y feliz Navidad.
Crezcamos, por lo tanto, porque no queda otra, pero cada Navidad, rescatemos el niño que fuimos, en la fiesta que el nacimiento de aquel otro Niño, el de Belén, nos ofrece cada diciembre.
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