lunes, 30 de octubre de 2017

El monte de las ánimas I

    "La noche de difuntos me despertó a no sé qué hora el doble de las campanas". Así comenzaba Gustavo Adolfo Bécquer su leyenda de El monte de las ánimas, quizá la mejor de las que escribió el poeta sevillano. Durante su estancia en Soria, Bécquer escribió esta historia de terror, una de las más famosas del género en España, inspirándose en el folklore local.

    Tal como cuenta en su relato, en mitad de esa noche tan especial, Bécquer recuerda la leyenda local acerca de los fantasmas de los caballeros templarios. Aunque es sin duda un recurso literario, lo cierto es que el Monte de las Ánimas existe. Se encuentra a las afueras de la ciudad y a sus pies se halla el monasterio de San Juan de Duero, de los caballeros hospitalarios. Bécquer comete, quizá intencionadamente, el error de asignarlo a los templarios, cuando en realidad el monasterio templario era el de San Polo, a pocos metros, eso sí, del de San Juan. El Monte de las Ánimas tiene un extraño encanto: solitario, desolado. Todavía hoy se le teme al caer la noche y los niños son avisados de no acercarse. La huella del miedo sigue viva.
    Bécquer nos invita a seguirle hasta ese paraje de superstición. Sigámosle.
  Allí, Bécquer, con su capa y sombrero románticos, sin más compañía que la de un cuervo, comienza a narrar la leyenda ¡Prestad oídos!
  Dos nobles, Alonso y Beatriz, primos entre sí, hijos de los condes de Borges y de los de Alcudiel, van de cacería por el Monte de las Ánimas. Alonso está perdidamente enamorado de Beatriz. La noche de difuntos se acerca y los cazadores se inquietan. Nadie quiere quedarse allí un minuto más. Pero Beatriz, que es forastera, no comprende el miedo de los sorianos.

Bécquer nos hace un gesto de silencio: escuchad, porque Alonso le va a contar a Beatriz la historia del lugar.
-Ese monte que hoy se llama de las Ánimas pertenecía a los templarios, cuyo convento ves allí a la margen del río. Los templarios, eran guerreros y religiosos a la vez. Conquistada Soria a los árabes, el rey los hizo venir de lejanas tierras para defender la ciudad por la parte del puente, haciendo en ello notable agravio a sus nobles de Castilla, que así hubieran solos sabido defenderla como solos la conquistaron. Entre los caballeros de la nueva y poderosa orden y los hidalgos de la ciudad fermentó por algunos años, y estalló al fin, un odio. Los primeros tenían acotado ese monte, donde reservaban caza abundante para satisfacer sus necesidades y contribuir a sus placeres; los segundos determinaron organizar una gran batida en el coto, a pesar de las severas prohibiciones de los "clérigos con espuelas", como llamaban a sus enemigos.
   Cundió la voz del reto y nada fue parte para detener a los unos en su manía de cazar y a los otros en su empeño de estorbarlo. La proyectada expedición se llevó a cabo. No se acordaron de ellas las fieras; antes la tendrían presente tantas madres como arrastraron sendos lutos por sus hijos. Aquello no fue una cacería; fue una batalla espantosa. El monte quedó sembrado de cadáveres; los lobos a quienes se quiso exterminar tuvieron un sangriento festín.Por último, intervino la autoridad del rey; el monte, maldita ocasión de tantas desgracias, se declaró abandonado, y la capilla de los religiosos, situada en el mismo monte, y en cuyo atrio se enterraron juntos amigos y enemigos, comenzó a arruinarse.

   Desde entonces dicen que cuando llega la noche de Difuntos se oye doblar sola la campana de la capilla, y que las ánimas de los muertos, envueltas en jirones de sus sudarios, corren como en una cacería fantástica por entre las breñas y los zarzales. Los ciervos braman espantados, los lobos aúllan, las culebras dan horrorosos silbidos, y al otro día se han visto impresas en la nieve las huellas de los descarnados pies de los esqueletos. Por eso en Soria le llamamos el Monte de las Ánimas, y por eso he querido salir de él antes que cierre la noche.

   Continuará...

1 comentario:

  1. Quería comentar para el anterior post que para Don Juan los más apropiado (o accurency, como dicen en inglés), sería usar los gorros de los lansquenetes (http://playmoguardian.blogspot.com.es/2017/01/lansquenetes-la-era-de-los-mercenarios-v.html)

    más acorde con el siglo XVI en el que se sitúa la obra,más que la de los mosqueteros que sería más del XVII.
    Seguro que queda muy bien ;)
    Saludos

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